sábado, 18 de junio de 2011

FALACIAS

“… si las palabras son el reflejo de las cosas, la comunicación es el reflejo de su entendimiento”. Eulalio Ferrer, Información y Comunicación. Fondo de Cultura Económica.

Comunicar es hacer común algo, es compartirlo, es provocar y dar lo elementos suficientes y necesarios para interpretarlo y entenderlo. No se vale utilizar la comunicación para confundir, para engañar, para ocultar, y sin embargo se hace.

Por ejemplo, hemos estado patinando durante semanas sobre el tema de la violencia escolar o bullying, con cifras que no sabemos si son alarmantes o alarmistas, nadie se ha metido a examinar la fuente originaria de los datos, si a cualquiera le preguntan si en algún momento de su vida ha sido víctima de violencia escolar todos diremos que sí, porque es algo prácticamente inevitable en la vida en comunidad, más en una escuela y más en edades en que apenas estamos aprendiendo a comportarnos con los demás, pero si nos voltean la pregunta a si nosotros hemos hecho víctima de violencia escolar a alguien más, también todos tendremos que decir que sí. Entonces ¿quién define al bullying y cómo se investiga?

No todas las conductas antisociales que se presentan en un ambiente escolar son bullying, los especialistas hacen distinciones importantes, por ejemplo, no son lo mismo: “Disrupción en las aulas, es decir, el desorden dentro de la clase por parte de un grupo de alumnos, problemas de disciplina relacionados con conflictos entre profesores y alumnos, vandalismo y daños materiales, violencia física caracterizada por agresiones y extorsiones, maltrato entre compañeros denominado como bullying, que incluye insultos verbales, rechazo social, intimidación psicológica, entre otras manifestaciones de intimidación y acoso sexual”. La investigadora educativa Leticia Araujo (Educación 2001, Abril 2010) enfatiza la importancia de ubicar con precisión las conductas antisociales porque: “Cada conducta antisocial involucra cierto nivel de conflictividad” y estos son diferentes. Para solucionarlas o controlarlas hay que tomar medidas que correspondan a un diagnóstico preciso, de otra manera, se puede tener un efecto contrario al esperado y deseado. Para saber más la investigadora nos remite al estudio titulado “Disciplina, violencia y consumo de sustancias nocivas a la salud” del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Entonces, cuando los medios de comunicación, haciéndose eco de fuentes imprecisas, hablan de bullying y hacen que otros hablen de lo mismo ¿a qué se refieren? Peor aún cuando se crea el ambiente social para justificar medidas penales para controlar algo que se puede y debe solucionar de otra manera, para no tener que llegar a casos extremos que sí necesitarían ser castigados con otros mecanismos, si llegaran a presentarse.

Otra falacia producto de la ocurrencia, de las ganas de aparecer en los medios. Desde la subsecretaría de educación básica de la SEP surge la declaración de que para mejorar ese nivel educativo hay que contratar profesores que tengan un nivel de maestría, ignorando lo que la evidencia demuestra: que el problema del trabajo en aula no es la capacidad de los profesores en cuanto al manejo de los contenidos, sino al desfase que existe entre lo que se sabe ―por parte del docente―y lo que los alumnos deben aprender. Vamos, no hay una pedagogía actualizada que considere las transformaciones en las formas de apropiarse de la realidad, por parte de las nuevas generaciones, y las técnicas aplicadas en el salón de clase. Incluso, algunos ingenuos creen que el uso de las tecnologías nos catapultará directo al primer mundo del saber.

Para documentar el escepticismo, Nicholas Carr, (Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?) periodista especializado en tecnología, nos dice que: “Cuando almacenamos nuevos recuerdos a largo plazo, no limitamos nuestros poderes mentales. Los fortalecemos. Con cada expansión de nuestra memoria viene una ampliación de nuestra inteligencia. La Web proporciona un suplemento conveniente y convincente para la memoria personal, pero cuando empezamos a usar Internet como sustituto de la memoria personal, sin pasar por el proceso interno de consolidación, nos arriesgamos a vaciar nuestra mente de sus riquezas”. Y luego nos preguntamos por qué tenemos problemas de desorden en las aulas, o por qué los programas destinados a incrementar el hábito de la lectura no funcionan. Internet, las redes sociales, están determinando la forma en que trabaja nuestro cerebro, lo está cambiando: “Si usted no pertenece a la generación de los nativos digitales pero ha estado usando Internet por diez años o más es posible que sufra de los siguientes síntomas: inhabilidad para concentrarse por largos períodos de tiempo (por ejemplo para leer un libro); lapsos preocupantes de desmemoria; impaciencia general”. Andrés Hax, Revista Ñ. Entonces, las respuestas para mejorar nuestro sistema educativo están en otra parte y no precisamente en la proletarización del trabajo intelectual.

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