sábado, 11 de diciembre de 2010

NIÑO MALO

El tema resulta escabroso porque nos duele, porque refleja, como ninguno otro, nuestro fracaso colectivo. Hemos fallado en construir una sociedad que promueva el desarrollo armónico de la especie humana, como decía el filósofo, nos hemos convertido en lobos de nosotros mismos.

Le dicen “El Ponchis”, tiene 14 años y a pesar de su corta edad su historial delictivo es más grande que el de muchos adultos. El periodista José Cárdenas lo resume así: “está acusado de homicidio doloso, delincuencia organizada, uso de armas prohibidas y posesión de drogas. Confesó haber decapitado a cuatro. Haber cortado genitales. Trabajaba a las órdenes de Julio de Jesús Padilla, El Negro, jefe de sicarios del cártel del Pacífico. El Ponchis saltó a la fama por vanidad. Divulgó en internet videos y fotos donde torturaba y degollaba a rivales del cártel de los Beltrán Leyva. Hincaba a las víctimas. Les daba un balazo en la cabeza. Luego rasgaba gargantas. Le pagaban 2 mil 500 dólares por “trabajo”. La Chabela (una de sus hermanas mayores) enganchaba a las víctimas con sus encantos. Después se deshacía de cuerpos y cabezas. Macabro negocio redondo”. Nombrarlo por su apodo no parece adecuado, más cuando se le califica de sicópata y sin remedio posible, pero de alguna forma hay que referirse a este producto de la sociedad mexicana de principios del siglo 21; identificarlo plenamente, exhibir su nombre y apariencia física no es digno de quienes suponen ser más civilizados, y sin embargo se hizo, en defensa de una moral hipócrita, de una necesidad “oficial” de provocar el horror que nos haga olvidarnos que todos somos culpables.

Ahora el escándalo es doble, si se le “juzga” en el estado de Morelos la penalidad máxima es de 3 años de tratamiento en internamiento; si se le extradita entonces serán otros los que ejerzan esa justicia que tiene sabor a venganza, no a comprensión ni rehabilitación. Para una sociedad que se siente agraviada pero sin responsabilidad, ambas posibilidades son inaceptables. El mismo periodista arriesga una conclusión: “El Ponchis y La Chabela encarnan la tragedia de millones de jóvenes en un país que por ineptitud los ha dejado mutilados. Sin futuro. Sin valores. No hay política pública eficaz. Los patrones se repiten. Son menores de familias disfuncionales, de bajos recursos y nivel educativo. No tienen guía; viven en el abandono, son hijos de la calle y de la chingada”.

Pero no nos podemos quedar allí, hay que intentar una explicación que nos indique lo que se puede hacer, saber lo que falló, que nos dé algo de esperanza de que estas cosas pueden no volver a ocurrir. Alguien que sabe de educación porque a eso se dedica y que además gusta de reflexionar más allá de las apariencias, Fernando Savater, dice que: “Las interminables disquisiciones acerca de por qué se drogan los jóvenes son ejemplarmente estériles. ¿Por qué se drogan? En unos casos influirá la situación familiar, en otros el mimetismo o la curiosidad, en la mayoría el largo periodo de escolaridad y la prolongada dependencia de los padres ante el futuro laboral incierto, etc. Pero sobre todo se consumen drogas porque las drogas están ahí, por todas partes, tal y como van a seguir estando en cualquier futuro previsible de las sociedades democráticas; su cantidad y número de variedades no ha dejado de aumentar un solo día desde que fueron prohibidas”. La respuesta no es la prohibición sino el ejercicio responsable de la libertad, porque siempre han existido y existirán formas de alterar la conciencia, casi cualquier cosa sirve para ello, en exceso o por carencia. La libertad implica renunciar voluntariamente a lo que nos puede hacer daño, no hay de otra. Savater lo ilustra con una cita del siglo IV, de san Juan Crisóstomo para más señas, que parece sabía lo que muchos ahora prefieren ignorar: «Oigo gritar al hombre: ¡ojalá no hubiese vino! Qué insensatos. ¿Qué culpa tienen el vino de sus abusos? Si dices “ojalá no hubiese vino” a causa de la embriaguez, entonces habría que decir “ojalá no hubiese noche” a causa de los ladrones, “ojalá no hubiese luz” a causa de los delatores y “ojalá no hubiese mujeres” a causa del adulterio» Al Ponchis no lo dejaron ni le enseñaron a ejercer su libertad, lo pusimos, todos, en una situación insostenible que ha doblado a policías, soldados, funcionarios públicos, adultos hechos y no tan derechos: “te drogas o te mato, matas o te mato”.

“¿Por qué los jóvenes son violentos? Habría que responder para empezar: ¿y por qué no habrían de serlo? ¿No lo son sus padres y lo fueron sus abuelos y tatarabuelos? ¿Es que acaso la violencia no es un componente de las sociedades humanas tan antiguo y tan necesario como la concordia?... No es un fenómeno perverso, inexplicable y venido de no sé qué mundo diabólico, sino un componente de nuestra condición que debe ser compensado y mitigado racionalmente por el uso de nuestros impulsos no menos naturales de cooperación, concordia y ordenamiento pacífico. De hecho, la virtud fundamental de nuestra condición violenta es habernos enseñado a temer la violencia y a valorar las instituciones que hacen desistir de ellas”. Pero ese niño malo creció en un ambiente social donde la violencia y no la concordia era la única forma de sobrevivir, donde la ausencia de esas instituciones no dejaba muchas opciones. Un ambiente social corrupto y corruptor, ausente de una institucionalidad que premie el comportamiento pacífico y haga que la violencia sea inconveniente, una sociedad hipócrita que juzga a los otros sin fijarse en sí mismos, que promueve las desigualdades y cancela las oportunidades de un desarrollo sano. Mejor mirémonos en el espejo del Ponchis a ver qué descubrimos, que su tragedia y la de sus víctimas, porque tampoco se vale olvidarse de ellas, nos haga reflexionar y actuar, para que su caso no se repita.

1 comentario:

  1. hijole, es como una cachetada a todos, llega todo eso,de verdad de que llega y mas si se ha crecido con gente que puede ser igual el ponchis, en fin.
    Saludos.

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