RETAZOS ARMÓNICOS
Joaquín Córdova Rivas
No,
no es una guerra, no se arregla con policías, ni bloqueando carreteras con
falsos filtros sanitarios; tampoco evitando el acceso a espacios abiertos como
playas, bosques, plazas y jardines; es un problema de salud pública, de
devastación de la naturaleza, de contaminación de ríos, de mares, de
destrucción de tierras agrícolas, de maltrato extremo y de extinción de
especies, de una relación enferma con la naturaleza propia y externa —que a
final de cuentas es la misma—; es un problema de maltrato planetario, de
desigualdades sociales, de pobreza, de individualismo a ultranza. Por eso no se
arregla con policías antiCOVID que buscan reprimir a los ciudadanos hasta en
sus espacios más íntimos, como el interior de sus hogares, tampoco poniéndonos
unos en contra de otros. Es un problema de educación, de solidaridad, de
humildad con la Tierra y el Universo. Lo advertimos desde el principio, esta
pandemia no se detendrá hasta que nos contagiemos todos, sea de manera directa
o con las vacunas, el problema es que según avanzan los días se convierte en
una enfermedad de pobres, de los que no tienen acceso a un sistema público de
salud digno, suficiente y eficiente porque sus gobernantes lo fueron
desmantelando a través de varios sexenios; de los que no tienen para comprar
las medicinas, el oxígeno (concentradores, tanques); de los que tienen que usar
un transporte público hacinado, sin medidas de salud necesarias para evitar el
contagio directo, de los que mueren en sus domicilios contagiando a quienes los
cuidan; de los que no tendrán disponibilidad de vacunas (parece que no será
nuestro caso).
Es
el daño, no el año. Creemos que la distribución arbitraria del tiempo, de su fragmentación
en días o años, hará que el estado de cosas cambie sin hacer nada más que
arrancarle hojas al calendario. Renegamos de un 2020 por fatídico, por
desgraciado, como si el 2021 tuviera que ser, en automático, diferente, sin
necesidad de modificar nuestro comportamiento suicida colectivo. Es el daño que
le hemos hecho al único planeta que nos soporta, no el número que le imponemos
al paso inexorable del tiempo que todo recompensa o se termina cobrando. Lo
peor es que viene un proceso electoral con las mismas mañas de siempre, con el
empleo discrecional, arbitrario e ilegal de los recursos públicos para comprar
votos, para burlar la voluntad ciudadana a cambio de promesas que no se
cumplirán; de lo mismo de siempre sin presentar alternativas que cambien el
rumbo de una humanidad extraviada que destruye su entorno para beneficio de una
casta política y económica que se apropia de lo ajeno y lo convierte en aglomeraciones
de viviendas mal hechas, en espacios no adecuados para la convivencia familiar
ni comunal, en el simple lucro inmoderado desplazando a los habitantes tradicionales
de barrios ricos en historia para imponer sus plazas agringadas y sus conjuntos
departamentales amurallados. No hay medida alguna para detener o revertir lo
que se pierde para todos —en aire limpio, en agua potable suficiente y sin
provocar déficit entre el agua que se capta y la que se saca de los mantos
acuíferos, en espacios de convivencia, en tierra cultivable, en ríos y cuerpos
de agua convertidos en cloacas y demás que ya sabemos y no arreglamos—
Otro
mundo es posible, otra forma de relacionarnos con lo que nos rodea y con los
que nos rodean:
«Las
relaciones afectivas constituyen el verdadero poder y el eje de los procesos
económicos. La sociedad occidental, el capitalismo y el modelo actual de
globalización, menosprecian y combaten el vínculo emocional, lo consideran un
peligro. Para que el sistema capitalista funcione se requieren menores índices
de cohesión, más impersonalidad, concebir a los demás como medios para
extraerles determinados beneficios. Pero hay muchas demostraciones de que un
equipo, un grupo, un país, cohesionado, integrado emocionalmente, logra niveles
de productividad mucho mayores que aquellos en los que cada uno dedica tiempo y
esfuerzo a cuidarse de los demás. Como germen de la nueva sociedad se necesita
generar y desarrollar una “tecnología afectiva” que propicie enlaces progresivos
entre quienes buscan la justicia, para elevar su poder de con-vocar a muchos
más. El verdadero poder no lo da un cargo público ni el dinero. El poder en
esencia significa “poder hacer”. El poder efectivo de una persona o de un grupo
debe medirse por su capacidad de convocatoria y de organizar los variados
intereses y esfuerzos de los convocados.
Cuantos
esfuerzos actuales se desgastan por falta de integración afectiva entre los
seres humanos: hay que “vigilar y castigar” (Foucault, 1996), porque los otros
constituyen amenazas latentes o chivos expiatorios. Cuántas horas de esfuerzos
y vidas humanas, se gastan en hacer y usar armas, así como sistemas de
vigilancia, de represión y reclusorios. Cuántos problemas de salud y cuántas
muertes son causadas por el estrés en las ciudades; cuántas parejas rotas por
la rutina y las presiones; cuántos niños y adolescentes crecen sin respaldo
afectivo suficiente; cuántas venganzas, reproches e insultos; cuánta monotonía;
cuántas muertes prematuras.
Toca a los artistas de todos los géneros
y a los científicos de todas las áreas, especialmente a los psicólogos,
producir los símbolos y técnicas necesarios para contribuir a la expansión y
profundidad de los afectos (Gramsci, 1975). Despertar en muchos el poder para
construir un sueño colectivo posible: la sociedad del afecto.» De la “sociedad
del conocimiento” a la “sociedad del afecto” en la perspectiva de la Teoría de
la praxis. Marco
Eduardo Murueta (2010). Alainet.org
Esa
democracia es puro espectáculo, es pura escenografía para hacernos creer que lo
que no cambia de fondo se transforma mágicamente, porque parece lo que no es y
nunca ha sido. Allí está la ejemplar, envidiable y exportable democracia
norteamericana. Cercada por las armas, las “legítimas” de las policías, de los
miles de elementos de su Guardia Nacional que impide el paso, aísla a un
presidente de sus ciudadanos, muestra que les teme, que su enemigo principal es
interno, que sus propias contradicciones afloran de maneras poco dignas, más
descaradas. Los enemigos no están detrás de un inacabable e inútil muro
fronterizo, ni escondido debajo de un turbante o de una piel no blanca, tampoco
cubierto por un hiyab o un burka. Míster Biden no será diferente del
aborrecible Trump, del hipócrita y mediático Obama o del extraviado Bush.
Cambia la cara, pero es el mismo sistema político excluyente, el mismo sistema
económico injusto y depredador.
Se
burlan, hacen memes, quieren exhibir la ignorancia ajena mostrando la propia. Y
es que, otra vez, el presidente de la república acierta al exponer el tema: en
las redes sociales ¿quién define la verdad? El dueño de Facebook y Whatsapp —es
el mismo— el de twitter o el de cualquier otro medio de comunicación masiva se
apropian e imponen su verdad, sus falsas buenas maneras, el disfraz cínico de
sus intereses comerciales escondidos detrás de supuestos algoritmos sin
intención alguna, que miden la “libertad de expresión” con la censura de
ciertos términos o temas, de imágenes que a ellos les resultan inoportunas,
repulsivas, indecentes; mientras “moldean” la opinión pública y se apropian de
contenidos y de la vida expuesta disque “voluntariamente” por sus numerosos
usuarios. Y es que no hay una red social alternativa, fuera de intereses
particulares y simplemente comerciales o complicadamente políticos. Hay
intentos, pero no han madurado por la falta de difusión, como ejemplo está «facepopular.net».
Hay que construir esos medios alternativos de comunicación, esas redes sociales
que respeten los contenidos y no se los roben, que no les teman a los disensos
y exhiban las “noticias falsas”, espacios virtuales de intercambio de
experiencias, de desarrollo de habilidades sociales y artísticas, con reglas
claras y sin intereses políticos y económicos ocultos. Hay que hacerlo.
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