sábado, 21 de diciembre de 2019

SUFRIR NO ES APRENDER


SUFRIR NO ES APRENDER
Joaquín Córdova Rivas

Buda casi se muere de inanición buscando el origen del sufrimiento para saber cómo evitarlo, otras filosofías orientales predican el gozo y el disfrute como una forma de vivir mejor la vida, no solo de sobrevivirla, pero nosotros no, como dignos hijos de la cultura occidental y cristiana creemos, equivocadamente, que sufrir es un mérito que no hay que evitar, sino que hay que buscar afanosamente.

Es más, cuando nos divertimos, cuando alguna actividad solitaria o colectiva nos causa agrado o placer nos sentimos culpables, porque casi todo es pecado, y si no, debería serlo.

Desde el Génesis, ese mito que buscaba explicar el origen del universo, del mundo, del día y la noche, de las especies animales y del hombre –y de la mujer como subordinada de este–, el dolor y el sufrimiento son la solución de un dios celoso de su creación, y se la aplica a la pretensión de querer saber más de lo que supuestamente debiera:

Capítulo 1. «15. Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase.
16. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
17. mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.
(Capítulo 3). 16. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.
17. Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
18. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.
19. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.» https://www.bibliatodo.com/la-biblia/Reina-valera-1960/genesis

Bonito dilema, querer saber más está penado y el sufrimiento se incorpora como parte importante –por decreto divino– de toda la especie por la curiosidad de una pareja que representa a todos por los siglos de los siglos.

Ese sufrir ha permeado todos nuestros afanes, hasta el aprendizaje debe sufrirse para ser de excelencia, solo los masoquistas prevalecen, ese parecer ser el mensaje de un sistema educativo para justificar las desigualdades sociales que normaliza y legitima; un buen profesor es el sádico que hace sufrir a sus alumnos, el que inspira terror con su sola presencia, el que tiene altos índices de reprobación; los otros son “barcos”, blandengues, consentidores, poco capaces o ineficientes.

Pero la sufridera no está solo en el sinsentido de una supuesta exigencia académica, sino también en el trato déspota, prepotente, antipedagógico, porque muchas veces lo que se logra es que los estudiantes abominen los saberes y prácticas que les apasionaban, para lo que creían tener habilidades y aptitudes, se trata de “reventar” al más pintado ridiculizándolo, usando el sarcasmo para herirlo hasta que no pueda más.

Un buen teórico, un magnífico científico, un profesional destacado no siempre es un buen profesor, y entonces hay que esconder la falta de vocación o la ignorancia pedagógica con el maltrato cotidiano, con la falta de congruencia, que para eso es el poder, y aunque sea chiquito es muy bonito.

La experiencia y la teoría apuntan en sentido contrario. ¿De qué sirve tener graduados en disciplinas o instituciones de alta exigencia –tomada como sufrimiento–, si van a replicar los modos de sus profesores en su actividad profesional? ¿De qué nos sirven científicos sin ética, más que dispuestos a usar sus conocimientos en contra de sus semejantes? Porque el ejemplo de aquellos que creemos dignos de ser admirados pesa más que cualquier plan de estudios.

Como decíamos, ya hay evidencia “científica” de que los aprendizajes que más valen la pena se logran si se relacionan con sentimientos agradables, esos que provocan emociones que empujan a hacer las cosas. Sí se aprende sufriendo, se aprende a odiar, a temer, a pasmarse ante las dificultades o a tomar decisiones precipitadas que salven el momento; de allí a creer que el fin justifica los medios hay un suspiro doloroso, y entonces se vale hacer trampa para pasar una materia, copiar en el examen, tratar de robárselo o amenazar a alguien más listo para que se deje copiar o pase las respuestas, a drogarse para mantenerse despierto disque estudiando, o caer en la desesperación y abandonar... hasta la vida.

Eso no se vale, hay que cambiar la forma de ver el aprendizaje como parte del sufrir; si algo nos apasiona, nos conmueve, lo disfrutamos, aprenderlo debe ser agradable, potenciador de nuestras aptitudes y actitudes. Saber que el conocimiento se logra colectivamente y debe ser para el beneficio de todos nos vuelve empáticos y solidarios, tolerantes con los demás porque nos sabemos diferentes, y no esas competencias —de competir, no de competente— individualistas donde alguien sobresale por encima y a costa de todos los demás. Y la docencia debe estar en sintonía con ello.

Dejemos de sufrir y mejor disfrutemos.