NO
ALCANZAN LAS PALABRAS
Joaquín
Córdova Rivas
Cambia
el país y se desdoblan los discursos. No el relato imaginario de las
instituciones que desdeñan lo anecdótico tachándolo de subjetivo y por tanto
seguramente falso, sino también porque el entramado mediático, cercano al poder,
aunque no lo reconozca, lo rechaza porque carece de control sobre ese “murmullo
social” y su manera de propagación.
La
espiral de violencia no se ha detenido, el coletazo, producto de un primer
rompimiento en las redes de complicidad, de allí las detenciones de exfuncionarios
de primer nivel de los gobiernos federales anteriores, está dejando ver que el clamor
de las víctimas —colaterales según el discurso oficial— de esa falsa “guerra
contra el narcotráfico está presente desde hace muchos años, al grado que se
desarrollaron investigaciones muy serias al amparo de instituciones que forman
parte de ese Estado calificado de represor y corrupto.
Para
agobio de los beneficiarios reales y supuestos de ese estado de cosas, el
desnudar la estrategia oficial de comunicación que hacía ver como “necesaria”
la violencia y sus efectos cada vez más amplios y cruentos, no es una
ocurrencia de la llamada 4T.
Es
el año de 2016 y se edita el libro de Miriam Bautista Arias titulado El
murmullo social de la violencia en México, en una colaboración entre la
Universidad Autónoma Metropolitana y el Centro de Estudios Sociales y de
Opinión Pública de la Cámara de Diputados / LXIII Legislatura, que se puede
descargar completo desde http://www5.diputados.gob.mx/index.php/camara/Centros-de-Estudio/CESOP/Estudios-e-Investigaciones/Libros/El-murmullo-social-de-la-violencia-en-Mexico
Por
supuesto que no es la única publicación que busca, y lo logra, recuperar esas
historias, esos testimonios de los ciudadanos que, sin advertencia previa, sin
haber sido consultados, sin tener nada que ver con el tema, se encuentran
inmersos en un contexto de violencia extrema.
Su
autora se plantea una pregunta básica: «¿cuáles eran las experiencias relacionadas
con hechos violentos que los medios de comunicación no estaban narrando?» Los
primeros relatos remiten al inicio de esa violencia que se vuelve
institucional, cotidiana, opresiva, paralizante en muchas ocasiones, aunque en
otras la reacción social se salta el miedo y lo convierte en indignación
movilizadora.
«Este
trabajo parte del supuesto de que en México la excepcionalidad ha sido siempre
la regla, en tanto que la violencia de Estado es una constante histórica, una
práctica común que en el momento actual ha alcanzado dimensiones dramáticas al
impactar a la ciudadanía en general.»
Pero
los ciudadanos saben, se dan cuenta, aunque su lenguaje no sea tan claro, hay
que hablar de las cosas, pero en confianza, no de forma directa para no caer en
peligro, para no alertar a alguien que se mezcla o puede ser un familiar, un
compañero de trabajo, un vecino o hasta el jefe en la empresa, y entonces hay
que desentrañar significados.
«es
mediante el discurso que los sujetos dan testimonio de la violencia; en éste
puede desentrañarse el sentido que le dan y la forma en que la violencia
modifica sus subjetividades y sus relaciones cotidianas.»
Los
especialistas y hasta las personas comunes sabemos que el lenguaje no puede
expresarlo todo, que hay experiencias emotivas que no pueden transmitirse o
siquiera pensarse en palabras. El desconcierto, la incertidumbre, el querer
sentirse mínimamente seguro o normal en la inseguridad y la anormalidad
atraviesa lo que alcanzamos a decir.
«[…]
sí, sí me aterroricé en ese momento, o sea que uno ya se acostumbra a la violencia
¿no?, o qué, no lo sé, es que como me provoca coraje, mira hasta creo que el
hígado me está doliendo de lo que estoy diciendo, como que me siento así “a
ver, pues no, a mí no me van a provocar miedo” ¿no?, claro, nos lo provocó, pero
procuro tampoco demostrar así tanto miedo.
[…]
cómo es posible que la autoridad no sepa dónde están cuando todo mundo, si tú
te vas a Apatzingán, todo mundo te dice dónde viven todos ¿no?, aquí mismo en
Morelia, o sea, saben dónde y quiénes son esas personas ¿no?, y entonces cómo
es posible que no los encontremos, que no sepamos, que no los atrapamos y que
sigan con esa impunidad ¿no?, porque ellos son parte de esa situación.
[…]
de repente uno platica con los que son policías o son militares y te dicen: “ah
sí, pero ese guey ya sabíamos, o sea, ya sabíamos dónde vive y todo y el jefe
pues nos dijo y si declaras algo pues tienes que decir esto”, entonces ya te imaginas
el teatro de “a ver fórmese y a ver tú, agárralo y a ver, vamos a tomarle una
foto”, entonces todo lo que presentan pues realmente no sé, si, tengo un conocido
que es judicial y cada que hay un decomiso llena su casa de shampoo o de
pantallas planas o de cereal, lo que se decomise, ¿qué no puede pasar con ese
tipo de cosas?
[…]
de repente cerraban la discoteque, porque estaba ya la bola de cuates, suponemos
que narcos ¿verdad?, mandaban cerrar la discoteque y que decían: “quiero ésta,
quiero ésta, quiero ésta”, las muchachas y se las llevaban y no volvían a saber
de ellas.»
Los
testimonios, las anécdotas, ese murmullo social de las malas experiencias que
buscan la forma de comunicarse como una forma de exorcizarlas, de evitar que
nos suceda algo que nos afecte gravemente. Encubrir lo que sabemos y no
encontrar explicación a la indiferencia, a la justificación a veces, a
normalizar algo que sabemos que no debiera ser normal. Todo eso nos rodea desde
hace muchos años. No es nuevo, pero sí se puede contener y después disminuir a
su mínima expresión. Esa es la tarea y hay que hacerla colectivamente. No
tolerar lo que nos hace daño, no quedarse callado y saber que no hay
corrupciones sin víctimas.