viernes, 25 de enero de 2013

ESPEJITO ¿QUIÉN ES EL MÁS BONITO?

Tanto consenso, tanta aparente unanimidad quiere aparecer como esperanzadora, pero vivir toda una vida sorteando y padeciendo crisis recurrentes nos hace resistentes a los espejismos. Por lo menos a los cincuentones nos pasa eso, ignoro si las generaciones siguientes ─las más jóvenes─ todavía tengan guardada la duda suficiente como para otorgársela a ese nuevo PRI que sigue firmemente anclado a su pasado. Apenas a fines del año pasado y principios de este sostuvimos que el partido en el gobierno seguía el mismo camino de siempre: concentrar el poder y solo repartirlo, o aceptar que alguien más lo tenga, si daba la impresión de estar haciendo algún favor. Para ello tiene que maniobrar en el reino de las apariencias, como si fuera la consecuencia natural de las promesas de campaña, como un sustituto de realidades que necesariamente tienen que posponerse porque son deseables pero no posibles. En la estratosfera política, allá en las alturas, se practica algo que ya tiene nombre, al menos la politóloga Denise Dresser ya le puso nombre, “política de aparador” le llama y es el acaparamiento, un día sí y el otro también, de toda la atención de los medios sobre la figura del presidente de la república, que aparece como el gran hacedor, el gran reconciliador, el gran salvador, el indispensable. Pero eso no es nuevo, en Querétaro lo hemos visto por años, nuestros medios de comunicación, comenzando por la prensa escrita, tenían ─ ¿porqué lo pongo en pasado? ─ que poner en sus ocho columnas cotidianamente al titular del poder ejecutivo estatal o municipal aunque no hiciera nada importante o trascendente, sin importar el partido que gobernara. Los casos más ridículos por obvios eran los anuncios recurrentes de autoridades dando a conocer programas sociales que solo existían en el acto protocolario, en el boletín de prensa, en la pose “espontánea” para la fotografía rodeado de ciudadanos agradecidos. Y después la nada. De allí la importancia de los casos que logran salir del marasmo informativo a fuerza de constancia, de una desesperante paciencia, de inmerecidas injusticias, esos que desnudan al príncipe en turno y dejan al descubierto todas sus miserias. Son los casos, en su respectivo nivel de escándalo, de Florence Cassez, del indígena mazahua Hugo Sánchez Ramírez, de los campesinos ecologistas reprimidos en diferentes partes del país, de las queretanas solidarias con los migrantes acusadas de tráfico de personas, del par de indígenas amealcenses que solitas disque sometieron y sobajaron a una decena de policías federales, del presunto culpable que tuvo que llegar a los cines de México y el mundo, del “madreado” de plaza de armas, y de tantos otros que se escapan a la tinta y a este espacio; y para allá van los casos del “tortillas” de El Colorado, de Daniel Ramírez de La Griega, de las desaparecidas. Se quiere que cuenten los espejismos por encima de una terca realidad, la intencional fabricación de percepciones. Pero lo penal es solo un aspecto, los espejos terminan por reflejarlo todo, hasta las desnudeces. El control en un mundo que desaparece muchas de sus fronteras es también ilusorio, momentáneo, que se revierte cada vez más fácilmente. Antes nos veíamos en esos espejos chiquitos porque eran los únicos al alcance, ahora parece la casa de los espejos, esos que había en las ferias y que multiplicaban al infinito y deformaban las imágenes: “nuestra confianza en las estrategias vitales, los modos de conducta, y hasta los estándares de éxito y el ideal de felicidad que, según se nos repetía constantemente en los últimos años, valía la pena perseguir, se han trastocado como si, de pronto, hubieran perdido una parte considerable de autoridad y atracción. Nuestros ídolos, las versiones modernas líquidas de las bestias sagradas bíblicas, se han ido a pique junto con la confianza en nuestra economía”. Así lo plantea el sociólogo Zygmunt Bauman ─ La globalización del miedo, Revista Ñ 30 enero 2012─, habitual visitante de estas páginas. De allí la necesidad de contrarrestar la soberbia, el control absoluto ya no es posible, aunque para algunos sea un buen negocio. Javier Sicilia, el poeta que está recuperando su voz que también tiene silencios, lo ve claro: “México –no han dejado de mostrarlo los zapatistas y los diversos movimientos sociales que no han dejado de emerger del derrumbamiento de un mundo cuya violencia ha destrozado los significados– está hecho en más de un sentido de los excluidos, es decir, de las víctimas tanto estructurales como de la guerra, de las víctimas que ese mundo que se derrumba no ha dejado de crear y cuyo rostro está condensado en el paliacate y el pasamontañas zapatista. Por lo mismo, México, para resurgir, tiene que contar con ellos. Son esos anónimos, esos excluidos que silenciosa y sorprendentemente tomaron de nuevo las carreteras y las calles de las ciudades, los que pueden, junto con todos los demás, hacer de la noche el día.”