domingo, 29 de septiembre de 2019

LAS BANDERAS


LAS BANDERAS
Joaquín Córdova Rivas

Cuando un régimen político les teme a sus ciudadanos, o tiene miedo de que las masas adquieran el carácter de ciudadanía con todos los derechos y obligaciones que eso contiene, se cierra. Invocando a una frágil democracia que se encuentra en riesgo por unos aventureros e irresponsables, clausura todas las vías pacíficas de resolución de conflictos, niega derechos humanos básicos y desata una violencia que pretende justificar en una falsa defensa colectiva de valores que, supuestamente, todos compartimos.

Cada uno tiene sus banderas, son los símbolos de las reivindicaciones colectivas que necesitan ser tomadas en cuenta para tener una vida lo más disfrutable posible. No se trata del simple sobrevivir, sino de vivir dignamente sin carencias ni excesos.

El autoritarismo priista se nos coló hasta el inconsciente, llegamos al extremo de referirnos al “priista que todos llevamos dentro” cuando remedábamos, en escala micro, algunas de sus nefastas características. Todo parecía seguir la misma lógica, había que defender hasta la ignominia un sistema, que, por presentarse como heredero único y legítimo de un movimiento armado revolucionario, estaba siempre en la mira de la contrarrevolución de derecha, o de izquierda, según conviniera. Y con ese pretexto, los medios quedaban justificados por el fin: salvaguardar, a cualquier costo y pasando por encima de quien fuera, la paradoja de una revolución institucionalizada.

A pesar de esa visión única, las cuarteaduras que anunciaban un derrumbe no tardaron en presentarse. A la cerrazón política que mostró sus límites en diferentes momentos históricos de la última mitad del siglo XX —movimientos obreros en ferrocarriles, en la industria petrolera, en la minería; después en los “encargados” de llevar la Revolución a la realidad: los médicos, los estudiantes universitarios con sus fechas icónicas como el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971—, le siguió lo que para algunos parecía una alternativa forzada pero viable: la guerrilla campesina o urbana. Parafraseando a diversos autores, las armas de una utopía que se negaba a dejarse desaparecer.

El desarrollo de los grupos clandestinos que se oponen a un régimen que presume un monolitismo que necesita del miedo y la represión como argamasa para reparar las fisuras que provoca el abuso cotidiano del poder, está documentado en diversas investigaciones publicadas, quizás la más conocida sea la de Hugo Esteve Díaz titulada, precisamente Las armas de la utopía, publicada por el Instituto de Proposiciones Estratégicas y cuya primera edición impresa carece de fecha aunque parece ser de 1996, a pesar de que ha seguido escribiendo sobre el tema no es tan conocido como otros autores que prefieren la novela —con su componente importante de ficción— para recrear una coyuntura social específica.

En ese contexto histórico, el director de cine Gabriel Retes saca a la luz un filme titulado Bandera Rota (1978) cuya reseña se puede encontrar hasta en video en la plataforma más popular. Lo que no aparece mencionado, dentro de las diferentes historias que arman la principal, es la manera en que los mismos aparatos de seguridad del gobierno —la Dirección Federal de Seguridad para empezar—, infiltraban las organizaciones y movimientos clandestinos para radicalizarlos y provocar una respuesta violenta que los desarticulara con la consiguiente desaparición, tortura y asesinato de sus integrantes. Esa llamada guerra sucia que algunos insisten en justificar.

Esa estrategia dual —infiltración y radicalización—, les resultó tan efectiva que la siguen utilizando. Cuando en algunos estados o regiones del país aparecen los mismos dirigentes, aunque las causas sean de distinto origen, que promueven acciones que los movimientos incipientes no pueden soportar sin el riesgo evidente de desfondarse, y a pesar de que sus propuestas no sean motivo de acuerdo, en el momento de las movilizaciones imponen —por la vía de los hechos— esas acciones a sabiendas que terminarán debilitando lo que supuestamente quieren fortalecer, además de provocar el descrédito público en una parte expectante de la población que duda entre apoyar, hacerse a un lado o condenar, no la causa que puede parecer justa, sino los medios para querer lograrla. Y, en el último de los casos, “provocar” la represión desmedida de las llamadas fuerzas de seguridad.

El resultado será el mismo, movimientos sociales que no pueden desarrollarse porque sus medidas de presión rebasaron su fuerza y no midieron el desgaste ni se prepararon para resistir más allá de algunos días, o la radicalización forzada por los interesados en reventar una organización con demandas legítimas, necesarias y que incluso resultarían convenientes para casi todos. Esa bandera rota que utiliza como metáfora la película a que nos referimos termina con la represión abierta a unos estudiantes de cine que graban, de forma accidental, un asesinato que creen les servirá para darle una lección a un capitalismo desalmado que es capaz de disfrazarse de lo que sea, hasta de obrerista y sindicalista, para lograr sus fines, siendo el principal la concentración de la riqueza que producen muchos para quedarse en unas cuantas manos.

Por eso hay que cuidar los mecanismos de deliberación pública, los espacios pacíficos de negociación entre sectores que abanderan intereses hasta contrarios para resolver temporalmente los conflictos, que son ineludibles. Pero no los creados por una democracia de fachada, esos organismos que se repartieron por cuotas los partidos políticos con cúpulas corruptas sin atender a una ciudadanía harta de simulaciones.

Mención especial merece ese cuarto poder, la prensa, que tiene que renunciar a la domesticación exhibida de diferentes maneras. Si le gusta la novela para sumergirse en el tema hay que darle una leída a Enrique Serna y su obra el vendedor de silencio.

NI FUE TAN FÁCIL


NI FUE TAN FÁCIL
Joaquín Córdova Rivas

Si no conocemos el pasado, el presente se nos presenta como un rompecabezas imposible de armar. Eso pasa con algo tan importante como el proceso independentista de México y del resto de los países del subcontinente. Presentar ese proceso histórico como un simple enfrentamiento de criollos —invisibilizando al resto de los pobladores y sus culturas— contra españoles, sirvió para amalgamar un relato que parecía incluyente y monotemático.

Pero las ideas, expresadas en palabras, cuentan otra historia.

«Deudor de la historia conceptual, de la historia intelectual y de la historia de los lenguajes políticos, un conjunto de autores ha producido un sugerente corpus que ha puesto el ojo clínico en la materia prima con que todas aquellas transformaciones se materializaron: las palabras. Conscientes de que el lenguaje no es, no puede ser, un medio transparente de transmisión de ideas, estos autores han examinado los usos de los conceptos, los contextos en que cobraron vigencia y sentidos y los medios particulares en que fueron enunciados. Así, las independencias se revelaron como momento crítico de una larga época bisagra —visible desde el último tercio del siglo XVIII y extensiva hasta los convulsos mediados del XIX— en que se articularon los lenguajes políticos de la modernidad. Nación, pueblo, soberanía, patria, libertad, ciudadanía, república, revolución, Estado e incluso democracia fueron, desde esta perspectiva teórica y metodológica, algunos de los conceptos medulares que, debido a su potencial de controversia y polisemia, hicieron pensables y “decibles” las nuevas maneras en que los hombres organizaron y disputaron sus relaciones con el poder y transitaron de un mundo de imperios y monarquía a uno de estados nacionales.»

Como podemos ver, ese proceso histórico de principios del siglo XVIII fue algo mucho más complejo y la historiografía lo revela al decir del Doctor en Historia Rodrigo Moreno de la UNAM. https://www.academia.edu/38974274/La_historiograf%C3%ADa_del_siglo_XXI_sobre_la_independencia_de_M%C3%A9xico

Y otra vez topamos con una idea de la historia en que las rupturas esconden procesos diferentes, que requirieron de confrontarse por la vía de las ideas, de las urnas y finalmente de las armas para encontrarse o dirimir un ganador, no podemos hablar de fuerzas antagónicas homogéneas, menos en casos como este aunque se expresen en coyunturas comunes porque sirven a sus diferentes fines, y por eso:

«... la independencia dejara de ser vista como una gesta heroica o como una rebelión campesina y se convirtiera en el más o menos sofisticado laboratorio de una serie de experimentos políticos, en buena medida impulsados por los devenires metropolitanos. La independencia, entonces, ya no se explicó tanto como la liberación de una patria prexistente, sino como el disputado escenario en que la soberanía dejó de ser la máxima atribución del rey para convertirse en el fundamento del pueblo y de la nación como entidades genuinamente constituyentes. Dicho en pocas palabras, esta historiografía dejó en claro que la nación (cualquiera) no se liberaba, se “constituía”. Así, fueron meticulosamente analizados los ámbitos en que dicho proceso se materializó: las elecciones, los debates legislativos, las polémicas públicas, las instituciones y las corporaciones (como las eclesiásticas). [...] la imagen un tanto pétrea y homogénea de un “pueblo” levantado en armas que buscó romper las cadenas que lo subyugaban, se ha historizado en un mosaico plural de grupos e individuos dotados de intereses diversos que incorporaron de maneras muy variadas los mecanismos y los argumentos que proveían el liberalismo, el republicanismo y la independencia. Armas y urnas (herencias revolucionarias, ambas) habrían sido herramientas frecuentemente recurridas para dirimir las tensiones y los conflictos en este tiempo de adaptación, asimilación y reacomodo. Para algunos, esa multiplicidad de intereses obliga a considerar el plural para referir a los movimientos que poblaron amplias regiones novohispanas entre 1810 y 1821 (y no solo). Desde este ángulo, pareciera poder distinguirse una insurgencia políticamente organizada (y no exenta de sus propias disputas interiores) que surgió con Hidalgo y evolucionó luego a la Junta Nacional Americana y al Congreso que promulgó la Constitución de Apatzingán; por ejemplo, y al lado o alrededor de esta un conjunto de “insurgencias populares” diversas provistas de intereses particulares y las más de las veces comunitarios de muy problemática conexión con los proyectos políticos de la primera.» La historiografía del siglo XXI sobre la Independencia de México. Rodrigo Moreno Gutiérrez. Historiagenda, año 27, núm. 38, octubre de 2018 - marzo 2019. UNAM.


Por eso resulta en una etapa histórica dilatada de difícil conclusión pero que, finalmente, sirve para consolidar algunos conceptos que permiten hablar de una patria común, aunque sin resolver algunas de sus contradicciones que irán decantándose con la Reforma y la Revolución. Por eso en la noche del 15 de septiembre, madrugada del 16 invocamos a esos personajes —héroes— que nos dieran patria y libertad.

PODER IMAGINARSE



PODER IMAGINARSE
Joaquín Córdova Rivas

Se imaginan morenas, chaparritas, regordetas y fuertes, de cabellos negros, lacios y peinados en trenzas que se enroscan alrededor de su cabeza sujetadas con amplios moños lucidores; de vestimenta amplia y muy colorida, resistente a las inclemencias del tiempo, abrigadora sin perder su esencia; y a la imaginación le siguió la representación, pero primero es eso: imaginarse. Salirse de la envoltura corporal y transformarse en trapo y bordados, de esos que cuentan historias y se envuelven de esperanzas al tiempo que se aferran a un presente que las ningunea, que las discrimina, que en el mejor de los casos las invisibiliza y en el peor las reprime y las explota.

Ha sido un batallar de muchos años de esas mujeres del pueblo originario ñhañhu que decidieron salir de sus comunidades a ofrecer, ante las carencias generacionales, lo mejor que tenían: ellas mismas. Su persistencia es la que les ha ganado esa presencia en un imaginario colectivo que ahora las devora para convertirlas en moda pasajera, que somete su arte folclórico a un desgaste brutal que las obliga a querer adaptarse a un mercado que solo mira por sí mismo. Y aparecen las muñecas de piel clara o de plano blanca, de cabelleras rubias o pelirrojas, nada más alejado de ese origen que las singulariza y las vuelve resistentes a la comercialización en masa o la producción en serie. Lo peor es que sean los gobiernos quienes propicien eso, en lugar de cobijarlas, de entrar a la difusión de su cosmovisión y cultura, de potencializar esas significaciones y encontrar formas diferentes de vivir y pensar.

Algo parecido sucede con nuestra identidad nacional, se pierden los símbolos para convertirse en simples mercaderías que hay que tirar después de las fiestas patrias, además hechos en serie y en China, ni siquiera nuestras banderitas son de producción nacional. Ese llamado a la Independencia desde un pueblito del centro del país, inspirado en tertulias literarias donde se leían colectivamente los libros que contenían ideas diferentes a las imperantes, esos textos que fueron inútilmente prohibidos, que se buscaban obsesivamente en los puntos fronterizos —principalmente marítimos— para ser requisados y destruidos. Porque los libros tienen eso, despiertan la imaginación y hacen que sus lectores quieran vivir en otros mundos que se antojan posibles y necesarios.

La coyuntura histórica fue simultánea para la mayoría de nuestros países colonizados por españoles y portugueses, por eso no es casual que fuera a inicios de los 1800 que muchos busquen independizarse de unas metrópolis monárquicas profundamente corruptas, discriminadoras y explotadoras. Por el lado español, su otrora poderosa armada está diezmada por las guerras con otros países europeos, el mismo país está invadido por las tropas francesas y solo queda responder con el cambio político representado por las Cortes de Cádiz, instaladas 9 días después de iniciada la revolución mexicana de independencia, seguida por la Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812 que da lugar a procesos electorales cuyos resultados fueron anulados parcial o totalmente porque la copiosa votación que elegía a criollos y algunos indígenas en los recién formados ayuntamientos, más de mil según señalan algunos historiadores.

Pero lo que nos interesa señalar es el poder de despertar la imaginación de esos textos, muchos inspirados en la revolución francesa, que, aunque circularon clandestinamente, fueron recibidos y procesados por una intelectualidad criolla que buscaba ser reconocida en su lugar de origen. Es decir, la independencia no se peleó únicamente en los campos de batalla a sangre y fuego, la principal lucha estuvo en la creación de un imaginario colectivo diferente y posible por deseable.

Esa batalla por la imaginación está presente en nuestros días. El autollamado gobierno de la cuarta transformación se apropió del discurso del cambio, de la lucha contra la corrupción con todos los valores morales y éticos que eso implica y dejó en la vaciedad ideológica a una oposición que se percibe como revanchista y convenenciera. Parafraseando a algunos analistas, la corriente ideológica representada por el lopezobradorismo les ganó el presente y les impide disputar un futuro que está en construcción, dejándoles solo un pasado vergonzante de donde no pueden salir.

Imaginarnos como un país menos desigual, más justo y equitativo, menos corrupto y más seguro, con oportunidades de desarrollo para todos, con instituciones públicas eficientes que garanticen una vida digna, en resumen: un futuro posible que sea disfrutable. Por eso votamos hace poquito más de un año.

Vamos a ver cómo se avanza en la reconstrucción de esos símbolos de la presentada como primera transformación —la independencia—, que se rebase el estrecho límite del jolgorio para recuperar esa historia que al oficializarse perdió su esencia emancipadora para convertirse en un simple echar desmadre, como dicen hasta nuestros tiernos escolapios.