LA ESCUELA AUSENTE
Joaquín
Córdova Rivas
«La
sensación que en este momento tenemos estudiantes y docentes es que hemos
perdido la escuela, perdimos las aulas.» Ángel Díaz Barriga en: iisue (2020), Educación
y pandemia. Una visión académica, México, unam,
<http://www.iisue.unam.iisue/covid/educacion-y-pandemia>, consultado el
25 de mayo, 2020.
A
bote pronto porque la situación lo exige, existen investigaciones y reflexiones
sobre el significado de cerrar los centros educativos en sus diferentes
modalidades, pero la “sensación” es esa “perdimos las aulas” no como simple
espacio físico, sino por todo lo que significan.
Ya
sabemos que este modelo de educación pública, gratuita y obligatoria nació con
el despotismo ilustrado en la Prusia del siglo XVIII, que se adaptó y adoptó
exitosamente con el modelo productivo de la Revolución Industrial, que tiene ese
sesgo ideológico, pero que aun así, tiene y puede tener características rescatables.
Como
corresponde, el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la
Educación de la UNAM, publica la opinión de sus académicos sobre lo que está
pasando y puede ocurrir con la abrupta situación que padecemos.
De
entrada, la cruda realidad que impide el simple traslado de un modelo
presencial a uno virtual, van cifras oficiales de hace 5 años que no han
cambiado significativamente: «de un total de 173,000 establecimientos de
educación básica, 125,552 escuelas (82.1 por ciento) no cuentan con servicios
telefónicos; 76,383 (48 por ciento) carecen de computadoras o no funcionan, y
123,511 (80.8 por ciento) no tienen acceso a internet.» Hugo Casanova Cardiel.
Ídem.
Esas
increíbles carencias están siendo subsanadas por los docentes y sus recursos propios,
sus líneas telefónicas, sus teléfonos celulares, tabletas o computadoras
portátiles o de escritorio, por el acceso a internet pagado de su bolsillo, por
su tiempo fuera de horario laboral, por su medio de transporte, por su
capacitación a las carreras, pero con muchas ganas, por la expectativa y
esperanza de que sus estudiantes aprendan en un entorno que dista mucho de ser
el ideal. Y aún así nunca se les consultó cómo hacer para que la escuela en
casa fuera posible.
«La
profesión docente quedó reducida al técnico que elige materiales para trabajar
con sus estudiantes. No se analizaron las condiciones del profesorado ni de las
familias. En una encuesta aplicada por la sección 9 del snte/cnte a docentes de
la Ciudad de México, 58 por ciento respondió que cuenta con una formación
digital básica, 16 por ciento afirmó que sólo tiene un teléfono inteligente
para acceso a plataformas digitales, y únicamente 1.7 por ciento está en
condiciones de manejar programas de diseño. En la misma encuesta, los
profesores manifestaron que sólo 25 por ciento de sus alumnos tiene una
computadora conectada a internet en su casa, y que 75 por ciento de sus padres
o madres tienen que salir a trabajar fuera del hogar. […] En este panorama, el
programa de educación digital es un amplio ejemplo de promoción de la
desigualdad social. […] En mi opinión se ha desaprovechado una oportunidad muy
importante para abrir una reflexión sólida sobre lo que significa la escuela
como un espacio perdido, tema que se podría interpretar desde dos vertientes:
por un lado, la pérdida de los estudiantes de su espacio de encuentro, de
intercambio y de socialización, y por otro, la pérdida de rumbo de la educación,
que ha quedado atrapada en el formalismo del currículo, del aprendizaje, de la
eficiencia y de la evaluación; la escuela que se ha olvidado que su tarea es
educar y formar» La escuela ausente, la
necesidad de replantear su significado. Ángel Díaz Barriga. Ídem.
Mientras,
el planeta sigue su curso indiferente a nuestro destino: «Somos los humanos
quienes, aterrados por una muerte invisible y viral, hemos detenido nuestras
relaciones, encerrándonos en unidades cada vez más pequeñas: el Estado-nación,
la ciudad, la comunidad, la casa, la soledad. También quedaron otras cosas, como
la depresión, la angustia, la desigualdad y la miseria. […] El modelo casi
universal de escuela cumple funciones básicas en la regulación social. Señala
los usos de los tiempos a lo largo del día; marca algunos periodos vacacionales
[…] cuida a los niños y niñas para que sus padres, madres o tutores puedan
acceder al mercado laboral; otorga credenciales, y da sustento a millones de
personas. Además, determina ciclos vitales etarios, organizando la sociedad con
base en la edad. Mucho de esto reproduce las condiciones sociales
inequitativas. Pero la escuela siempre tiene más de una cara. Estas mismas
regulaciones posibilitan a las mujeres ingresar al mercado laboral y combatir,
aunque sea un poco, a la sociedad patriarcal; da tiempo a los niños y las niñas
para crear espacios propios, lejos y libres de sus padres, y esta congregación
de niños, adolescentes y jóvenes en un solo espacio permite la democratización
de cierto conocimiento y la interacción entre miembros de una misma generación.
[…] La pandemia producida por el coronavirus, al cerrar las instituciones educativas
como espacios físicos, canceló su lado creativo; es decir, sus potencialidades
liberadoras.» La pandemia en la escuela: entre la opresión y la esperanza. Sebastián
Plá. Ídem.
En
muchos textos anteriores hemos insistido en que los humanos aprendemos y nos
formamos en contacto con otros humanos, diferentes, diversos a nuestro núcleo
social inicial: la familia. Que el espacio escolar es mucho más que lo físico:
«En hogares signados por la violencia, las estructuras familiares se vuelven
inestables y poco propicias para favorecer el aprendizaje. Para los niños y las
niñas que sufren de violencia en sus hogares, las escuelas no sólo son espacios
para el aprendizaje, sino áreas de protección, contención y ternura.» El hogar
y la escuela: lógicas en tensión ante la COVID-19. Gabriela de la Cruz Flores.
Ídem.
Se
acaba el espacio y faltan muchas ideas por procesar, por eso la recomendación
de leer los textos completos, pero antes de cerrar este, algunas preguntas y
propuestas sobre este modelo de escuela: «¿Está ayudando a reducir la ansiedad por
el encierro y el temor a la muerte? ¿Qué está haciendo para mitigar, aunque sea
mínimamente, la violencia familiar que encrudece el aislamiento y la pandemia?
¿Qué está haciendo para educar en salud? Pensar la escuela para la sociedad, no
para la escuela. Dejaría de ser la competitividad la finalidad última y
enfrentaría lo que fácilmente salta a la vista: una sociedad carcomida por la
violencia y la desigualdad. De esta manera, trataría de enseñar perspectivas
para contrarrestar la violencia de género, el mandato de masculinidad, la
violencia que produce el racismo y la discriminación, la exclusión etaria y
combatiría la pobreza y la violencia de clase. También rechazaría la violencia
alimentaria producida por los productos ultraprocesados, que la propia escuela ha
ejercido por décadas, vendiéndolos en su interior. También educaría para el
trabajo colectivo, no competitivo. Este diagnóstico vería la importancia de
limitar la escuela al tiempo escolar y que ese tiempo de los alumnos sea libre de
padres y madres de familia, y de los grandes capitales informáticos. Una
escuela que en vez de formar al líder del mañana, evite al macho del mañana.»
Sebastián Plá. Ídem.
Y todo eso a pesar de prejuicios e intolerancias que se disfrazan detrás de términos como “violencia dogmática”, como si la humanidad fuera estática y no un proceso continuo de tolerancia, diversidad y aprendizaje de la libertad.