viernes, 14 de agosto de 2020

LA ESCUELA AUSENTE

LA ESCUELA AUSENTE

Joaquín Córdova Rivas

 

«La sensación que en este momento tenemos estudiantes y docentes es que hemos perdido la escuela, perdimos las aulas.» Ángel Díaz Barriga en: iisue (2020), Educación y pandemia. Una visión académica, México, unam, <http://www.iisue.unam.iisue/covid/educacion-y-pandemia>, consultado el 25 de mayo, 2020.

 

A bote pronto porque la situación lo exige, existen investigaciones y reflexiones sobre el significado de cerrar los centros educativos en sus diferentes modalidades, pero la “sensación” es esa “perdimos las aulas” no como simple espacio físico, sino por todo lo que significan.

 

Ya sabemos que este modelo de educación pública, gratuita y obligatoria nació con el despotismo ilustrado en la Prusia del siglo XVIII, que se adaptó y adoptó exitosamente con el modelo productivo de la Revolución Industrial, que tiene ese sesgo ideológico, pero que aun así, tiene y puede tener características rescatables.

 

Como corresponde, el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, publica la opinión de sus académicos sobre lo que está pasando y puede ocurrir con la abrupta situación que padecemos.

 

De entrada, la cruda realidad que impide el simple traslado de un modelo presencial a uno virtual, van cifras oficiales de hace 5 años que no han cambiado significativamente: «de un total de 173,000 establecimientos de educación básica, 125,552 escuelas (82.1 por ciento) no cuentan con servicios telefónicos; 76,383 (48 por ciento) carecen de computadoras o no funcionan, y 123,511 (80.8 por ciento) no tienen acceso a internet.» Hugo Casanova Cardiel. Ídem.

 

Esas increíbles carencias están siendo subsanadas por los docentes y sus recursos propios, sus líneas telefónicas, sus teléfonos celulares, tabletas o computadoras portátiles o de escritorio, por el acceso a internet pagado de su bolsillo, por su tiempo fuera de horario laboral, por su medio de transporte, por su capacitación a las carreras, pero con muchas ganas, por la expectativa y esperanza de que sus estudiantes aprendan en un entorno que dista mucho de ser el ideal. Y aún así nunca se les consultó cómo hacer para que la escuela en casa fuera posible.

 

«La profesión docente quedó reducida al técnico que elige materiales para trabajar con sus estudiantes. No se analizaron las condiciones del profesorado ni de las familias. En una encuesta aplicada por la sección 9 del snte/cnte a docentes de la Ciudad de México, 58 por ciento respondió que cuenta con una formación digital básica, 16 por ciento afirmó que sólo tiene un teléfono inteligente para acceso a plataformas digitales, y únicamente 1.7 por ciento está en condiciones de manejar programas de diseño. En la misma encuesta, los profesores manifestaron que sólo 25 por ciento de sus alumnos tiene una computadora conectada a internet en su casa, y que 75 por ciento de sus padres o madres tienen que salir a trabajar fuera del hogar. […] En este panorama, el programa de educación digital es un amplio ejemplo de promoción de la desigualdad social. […] En mi opinión se ha desaprovechado una oportunidad muy importante para abrir una reflexión sólida sobre lo que significa la escuela como un espacio perdido, tema que se podría interpretar desde dos vertientes: por un lado, la pérdida de los estudiantes de su espacio de encuentro, de intercambio y de socialización, y por otro, la pérdida de rumbo de la educación, que ha quedado atrapada en el formalismo del currículo, del aprendizaje, de la eficiencia y de la evaluación; la escuela que se ha olvidado que su tarea es educar y formar»  La escuela ausente, la necesidad de replantear su significado. Ángel Díaz Barriga. Ídem.

 

Mientras, el planeta sigue su curso indiferente a nuestro destino: «Somos los humanos quienes, aterrados por una muerte invisible y viral, hemos detenido nuestras relaciones, encerrándonos en unidades cada vez más pequeñas: el Estado-nación, la ciudad, la comunidad, la casa, la soledad. También quedaron otras cosas, como la depresión, la angustia, la desigualdad y la miseria. […] El modelo casi universal de escuela cumple funciones básicas en la regulación social. Señala los usos de los tiempos a lo largo del día; marca algunos periodos vacacionales […] cuida a los niños y niñas para que sus padres, madres o tutores puedan acceder al mercado laboral; otorga credenciales, y da sustento a millones de personas. Además, determina ciclos vitales etarios, organizando la sociedad con base en la edad. Mucho de esto reproduce las condiciones sociales inequitativas. Pero la escuela siempre tiene más de una cara. Estas mismas regulaciones posibilitan a las mujeres ingresar al mercado laboral y combatir, aunque sea un poco, a la sociedad patriarcal; da tiempo a los niños y las niñas para crear espacios propios, lejos y libres de sus padres, y esta congregación de niños, adolescentes y jóvenes en un solo espacio permite la democratización de cierto conocimiento y la interacción entre miembros de una misma generación. […] La pandemia producida por el coronavirus, al cerrar las instituciones educativas como espacios físicos, canceló su lado creativo; es decir, sus potencialidades liberadoras.» La pandemia en la escuela: entre la opresión y la esperanza. Sebastián Plá. Ídem.

 

En muchos textos anteriores hemos insistido en que los humanos aprendemos y nos formamos en contacto con otros humanos, diferentes, diversos a nuestro núcleo social inicial: la familia. Que el espacio escolar es mucho más que lo físico: «En hogares signados por la violencia, las estructuras familiares se vuelven inestables y poco propicias para favorecer el aprendizaje. Para los niños y las niñas que sufren de violencia en sus hogares, las escuelas no sólo son espacios para el aprendizaje, sino áreas de protección, contención y ternura.» El hogar y la escuela: lógicas en tensión ante la COVID-19. Gabriela de la Cruz Flores. Ídem.

 

Se acaba el espacio y faltan muchas ideas por procesar, por eso la recomendación de leer los textos completos, pero antes de cerrar este, algunas preguntas y propuestas sobre este modelo de escuela: «¿Está ayudando a reducir la ansiedad por el encierro y el temor a la muerte? ¿Qué está haciendo para mitigar, aunque sea mínimamente, la violencia familiar que encrudece el aislamiento y la pandemia? ¿Qué está haciendo para educar en salud? Pensar la escuela para la sociedad, no para la escuela. Dejaría de ser la competitividad la finalidad última y enfrentaría lo que fácilmente salta a la vista: una sociedad carcomida por la violencia y la desigualdad. De esta manera, trataría de enseñar perspectivas para contrarrestar la violencia de género, el mandato de masculinidad, la violencia que produce el racismo y la discriminación, la exclusión etaria y combatiría la pobreza y la violencia de clase. También rechazaría la violencia alimentaria producida por los productos ultraprocesados, que la propia escuela ha ejercido por décadas, vendiéndolos en su interior. También educaría para el trabajo colectivo, no competitivo. Este diagnóstico vería la importancia de limitar la escuela al tiempo escolar y que ese tiempo de los alumnos sea libre de padres y madres de familia, y de los grandes capitales informáticos. Una escuela que en vez de formar al líder del mañana, evite al macho del mañana.» Sebastián Plá. Ídem.

 

Y todo eso a pesar de prejuicios e intolerancias que se disfrazan detrás de términos como “violencia dogmática”, como si la humanidad fuera estática y no un proceso continuo de tolerancia, diversidad y aprendizaje de la libertad.

TODOS SOMOS VIDA… Y CAMBIO

 TODOS SOMOS VIDA… Y CAMBIO

Joaquín Córdova Rivas

 

«Todos somos cuerpos que transportan una increíble cantidad de bacterias, virus, hongos y no humanos. 100 mil millones de bacterias de 500 a 1.000 especies se instalan en nosotros. Esto es diez veces más que la cantidad de células que componen nuestro cuerpo. En resumen, no somos un solo ser vivo sino una población, una especie de zoológico itinerante, una casa de fieras. Aún más profundamente, múltiples no humanos, comenzando con virus, han ayudado a dar forma al organismo humano, su forma, su estructura. Las mitocondrias de nuestras células, que producen energía, son el resultado de la incorporación de bacterias. Esta evidencia científica debería llevarnos a cuestionar la sustancialización del individuo, la idea de que es una entidad en sí misma y cerrada al mundo y a la otredad.» El virus es una fuerza anárquica de metamorfosis. Por Emanuele Coccia. Publicado en Philosophie Magazine. 26 de marzo de 2020.

 

Apenas comenzaba la pandemia y los científicos sociales, ya daban señales de que estábamos ignorando lo más básico, que comenzábamos a perdernos en el laberinto de la ignorancia mezclada con una ciencia más digna de un meme que de conocimiento debatible y sujeto a cambios. Emanuele Coccia en la cita anterior, nos recuerda lo que nuestra soberbia nos hace olvidar: no somos individuos aislados de las diferentes manifestaciones de vida y no vida de este planeta, y para bien o para mal, contribuimos a nuestro propio cambio y destrucción.

 

Más crudo para que se entienda: «Solo piense en el hecho elemental de comer: nuestra vida está literalmente construida sobre los cadáveres de los vivos. Nuestro cuerpo es el cementerio de un número infinito de otros seres. Y nosotros mismos seremos consumidos por otros vivos. Con el virus, nos damos cuenta de que este increíble poder de novedad no está vinculado a una dotación anatómica específica, por ejemplo, en tamaño o en capacidad cerebral. Tan pronto como haya vida, sin importar dónde se encuentre en el árbol de la evolución, estamos en presencia de un poder colosal capaz de cambiar la faz del planeta.»

 

Apenas dos pedacitos de un texto más amplio que además es una entrevista, cualquier objeción habría que guardarla hasta leerla completa. Pero negar que somos apenas una parte de eso que llamamos vida es negar nuestra propia forma y sustancia. Pero hay otros “negacionismos” igualmente dañinos: «La cultura dominante padece un problema muy básico de negacionismo. Pero no en el que era el sentido más habitual de negacionismo hace veinte años (referido al Holocausto, la Shoah), el que podríamos llamar nivel cero. Ni tampoco al más corriente hoy, el negacionismo climático, nivel uno. El nivel dos es un negacionismo más amplio: el negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos y vulnerables, seres que han puesto en marcha procesos destructivos sistémicos de magnitud planetaria, y que hemos desbordado los límites biofísicos del planeta Tierra. Me refiero al negacionismo que rechaza la finitud humana, nuestra animalidad, nuestra corporalidad, nuestra mortalidad, y esos límites biofísicos que visibiliza, por ejemplo, la famosa investigación (sobre nine planetary boundaries) de Johan Röckstrom y sus colegas en el Instituto de Resiliencia de Estocolmo. Y habría, más allá de esto, un tercer nivel de negacionismo: el que rechaza la gravedad real de la situación y confía en poder hallar todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo.» Por Jorge Riechmann. La crisis del coronavirus y nuestros tres niveles de negacionismo. Publicado en The Conversation. 26 de marzo, 2020.

 

Con una mayor cercanía geográfica, los pueblos oaxaqueños y su sabiduría ancestral: «Después del siglo XVI y a través del tiempo, los pueblos indígenas enfrentaron otras epidemias. En la tradición oral, tradición que habita en la memoria, las personas mayores de mi comunidad guardan relatos de aquellos años: las casas que quedaban

desiertas ante la muerte de quienes la habitaban, el miedo cotidiano, la angustia de no poder cumplir con los rituales fundamentales y necesarios para que los muertos emprendieran su viaje, las características de una enfermedad, jëën pä’äm, que desde el mixe se traduce como “la enfermedad del fuego”, por las fiebres altísimas que la acompañan, pero que no he podido identificar plenamente. […] una gran epidemia que asoló a toda la región, para evitar el contagio una familia decidió tomar todo el maíz y el alimento disponible y huir a un lugar en donde la enfermedad no podía alcanzarlos. Como después leí en el extraordinario cuento de Edgar Allan Poe La máscara de la muerte roja, algo similar sucedió con esta familia que disfrutó de los alimentos sustraídos a la comunidad sin preocuparse de la epidemia, como es de esperarse, la enfermedad viajaba con ellos y nadie más pudo ayudarlos, después de la muerte que interrumpió el disfrute de lo hurtado nadie pudo enterrarlos, sus cuerpos quedaron abiertos y secos al sol. Mi tatarabuelo, después de narrar la historia, pidió a quienes lo escuchaban que no creyeran nunca esa mentira de que el bien individual se opone al bien colectivo. […] En el discurso se ha creado una permanente tensión entre el bien individual y el interés colectivo que frustra y limita al individuo. La explotación de esta aparente contraposición entre individuo y comunidad se sembró como la semilla del miedo para construir una propaganda anticomunista y también se utiliza hoy para demeritar las múltiples luchas por la construcción de estructuras sociales más ancladas en la solidaridad, en el apoyo mutuo y en la comunalidad. […] El capitalismo ha necesitado de la idea del éxito individual y del mérito personal, el capitalismo ha exaltado la idea del individuo que teme una conjura comunista o comunal que le arrebate su propiedad adquirida con tanto celo. Pero un virus no es propiedad privada. En las periferias del capitalismo y del Estado hemos aprendido otras verdades… Jëën pä’äm o la enfermedad del Fuego. Por Yásnaya Elena Aguilar. Publicado en El País 22 de marzo, 2020.

 

Esto es apenas una probadita de reflexiones que han surgido, o resurgido, porque no son temas nuevos, aunque la situación nos lo parezca, y que se encuentran recopilados en: Capitalismo y Pandemia. Editorial: Filosofía Libre. 1ra. edición: abril 2020. Se puede encontrar en diferentes direcciones electrónicas, como: https://kehuelga.net/IMG/pdf/Capitalismo-y-Pandemia.pdf

 

Pero no es la primera ni única recopilación, hay otras, igualmente interesantes e imprescindibles para quien quiera opinar con mejores argumentos en: https://www.primicias.ec/noticias/cultura/pensamiento-sigue-siendo-necesario-epoca-pandemia/

NO HAY MORAL


 NO HAY MORAL

Joaquín Córdova Rivas

 

No son simples números grandototes, no son solo montañas de dinero que no alcanzan a gastarse en una vida, son cientos o miles de plazas de médicos, enfermeras, maestros, son aulas, caminos, escuelas, hospitales y clínicas, es la diferencia entre la vida o la muerte para muchos, es la distancia entre miles de vidas dignas y la pobreza extrema, es la condena a la desigualdad social o la oportunidad de aprovechar las oportunidades que deberíamos de tener todos.

 

No tiene caso contribuir a la danza de números o al escarnio social que se torna inútil por falta de resultados, interesa ahora saber qué circunstancias de vida determinan que existan ese tipo de malas personas que, sabiendo, porque lo saben, que su actuar provocará daños a miles o millones de semejantes, se esfuerzan por robar, por corromper, por embarrar y hasta mandar a la cárcel a familiares y cercanos con tal de salirse con la suya.

 

«… a diferencia de otros seres vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo o inconveniente. […] De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.» Ética para Amador. Fernando Savater. http://www.paginaspersonales.unam.mx/files/981/Savater_etica_amador2.pdf

 

Distinguir entre lo bueno y lo malo se aprende, ser honesto o corrupto también, aunque podemos admitir que en ocasiones las fronteras parecen difusas, cada sociedad tiene maneras de enseñar lo que es válidamente aceptado y lo que no y en ello interviene la familia, la escuela, la religión, las tradiciones y costumbres, también eso que llamamos moral y que parece contenido en preceptos que se asumen como atemporales, como los diez mandamientos cristianos por ejemplo, o reglamentaciones más complejas que encontramos en los textos considerados sagrados por los distintos grupos humanos de donde provenimos. De hecho, algunos filósofos de la educación encuentran que la educación escolarizada, presencial, sirve para destorcer lo torcido por algunas familias, por fanatismos o por otras creencias o formas de socialización.

 

Solemos decir que alguien no tiene moral ni ética porque no piensa ni se comporta como creemos que debiera hacerlo, pero eso es una simplificación peligrosa porque corta cualquier posibilidad de argumentación y de transformación. En el otro extremo podemos caer en el error de creer que es solo el individuo el responsable de su actuar y pensar, pasando por alto las determinaciones socioculturales en que estamos sumergidos. Resumiendo, vivimos en una sociedad neoliberal que tiene su propia forma de entender la moral y la ética, no es que no la tenga o vaya en contra de ella.

 

«Se suele entender que la racionalidad humana consiste en maximizar el beneficio, caiga quien caiga. Incluso la racionalidad económica. Ese es el egoísta: el que en todas sus jugadas intenta obtener el máximo, le pase lo que le pase al otro. Creo que el neoliberalismo ha asumido la costumbre desafortunada de decir que somos individuos egoístas, y que la maximización del beneficio es lo nuestro... eso me parece una ideología. No es verdad. Somos seres que nos hacemos unos con otros, y el que es cooperativo está trabajando por el otro y por sí mismo. Es mucho más inteligente. […]

La corrupción es una lacra, un atentado contra el Estado y el bien común. Creo que es una buena noticia –pienso en España– que los casos de corrupción se descubran y que los jueces actúen, impongan penas y la ciudadanía se dé cuenta de que el Poder Judicial actúa. Y que las personas que se corrompen se den cuenta de que no hay impunidad. Porque en los regímenes autoritarios y totalitarios por supuesto que hay corrupción, muchísima, pero ni sale a la luz. Es una desgracia que la corrupción exista, pero en los países democráticos sale a la luz, los jueces toman medidas y la castigan. https://www.eltiempo.com/vida/educacion/entrevista-a-adela-cortina-sobre-la-etica-234786

 

Y esta idea de que el capitalismo se sustenta en una forma de pensar, en una ideología, en su propia ética que intenta, con cierto éxito, que las personas piensen y actúen de determinada manera, no es un rollo de la izquierda.

 

«A principios del siglo XX, en el famoso libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber brindaba un “diagnóstico de época” que incluso hoy día nos resulta algo curioso. El diagnóstico en cuestión, anunciado ya en el título de aquel libro, advierte que el capitalismo moderno tiene una “ética”. Diagnóstico bastante curioso, especialmente para quienes creen que las relaciones capitalistas de producción no expresan más que la “ley de la selva”, sin ningún otro valor moral o mandato ético capaz de regularlas y encauzarlas. Para el diagnóstico weberiano, la ética capitalista cumple efectivamente una función regulativa; más aún, es una de las tantas condiciones concretas sobre las cuales se apoya el capitalismo moderno. […] La ética, entendida en estos términos, no sólo se refiere a la constante observación de los códigos morales impuestos en casi todas las culturas (no matar, no robar, no mentir, etcétera), sino que incluye actividades más relacionadas con los detalles de la vida cotidiana. Hablamos de conductas raras vez asociadas con el buen obrar, como ejemplo la alimentación, la sexualidad, el cuidado del cuerpo, el trabajo y otras tantas

actividades que por lo general realizamos de una manera automática y sin mayores cuestionamientos.» ¿Hay una ética en el capitalismo contemporáneo? Neoliberalismo y crítica. Pablo Martín Méndez. https://www.academia.edu/38307495/_Hay_una_%C3%A9tica_en_el_capitalismo_contempor%C3%A1neo_Neoliberalismo_y_cr%C3%ADtica

 

Por eso urge cambiar, en lo inmediato y en lo posible, el modelo socioeconómico, porque sustenta una ética y moral que vemos, continua y cotidianamente, que es inconveniente para el desarrollo comunitario en todos sus ámbitos. Las oleadas de violencia, el crecimiento del crimen organizado, el inconveniente incremento en el consumo de sustancias adictivas, los feminicidios, la trata de personas, la corrupción e impunidad, entre otras muchas lacras, tienen su caldo de cultivo en un capitalismo desbordado —neoliberal—, basado en el despojo y la destrucción. Ponerle freno y límites es el momento en el que estamos.