lunes, 1 de junio de 2020

EL TOBOGÁN


EL TOBOGÁN
Joaquín Córdova Rivas

Las lecciones que hemos aprendido en este tiempo condensado, desesperado, confinado, no terminan, y hay que ir haciendo un recuento para que no se olviden.

Primero, nos enfrentamos a un virus altamente contagioso, nuevo, digno de una humanidad hiperconectada con fronteras más imaginarias que reales, con efectos que se suman a padecimientos crónicos producto de una forma de vida que atenta contra sí misma. El virus desnuda y aprovecha las debilidades funcionales de cuerpos mal alimentados, nutridos con comida ultraprocesada, antinaturalmente sedentarios porque nuestro organismo requiere de moverse, del esfuerzo corporal. Se monta en la presión nerviosa inducida por un individualismo que tampoco es propio de nuestra naturaleza, un modo de vida que nos presiona para ser “productivos”, “exitosos”, aunque descubramos, tardíamente, que eso nos frustra y nos mata.

Segundo, que nuestros sistemas de salud públicos han sido saqueados, devastados irresponsablemente con el pretexto de que todo cuesta, hasta la salud, y hay que pagar por la atención médica, aunque la mitad del país esté en la pobreza. De hecho, la emergencia sanitaria, el brutal freno económico, el confinamiento domiciliario no hubieran tenido razón de ser con sistemas de salud suficientes y eficientes. Otra vez pagamos muy caro para que otros ganaran dinero fácilmente.

Tercero, que no podemos dejar en manos de epidemiólogos y matemáticos el manejo de una pandemia. Que no se trata de “curvas que hay que aplanar”, tampoco de ahogarnos en información que apenas descubre las incertidumbres. Hace mucho ya, sabemos que nuestro modelo de hacer ciencia está rebasado, que lo meramente técnico y superespecializado no puede suplir otras áreas del conocimiento humano y que somos seres complejos, diversos, que requerimos el contacto cercano a pesar de las pantallas y las redes sociales que todo quieren virtualizar, hasta los afectos; que no podemos estar encerrados durante mucho tiempo porque la vida no se mide en horas, días o “cuarentenas” sino también en convivencia, en expresión y manejo de los sentimientos y emociones, la calidad cuenta. Que atender o convocar a medidas socialmente precautorias, paliativas, necesitan del conocimiento y prestigio de las ciencias sociales. Necesitamos líderes que conozcan de sociología, psicología, pedagogía, filosofía, artes, nutrición, acondicionamiento físico, que tengan una visión transdisciplinar, un pensamiento complejo, que conozcan de las interacciones entre las diversas áreas de conocimiento para saber que hasta “quedarse en casa” tiene límites, porque eso que llamamos “hogar” dista de ser ese pequeño paraíso que a veces quisiéramos imaginar.

Cuarto, que debemos cambiar radicalmente de modelo económico. Lo que no logró ISIS, la yihad, el terrorismo, los ejércitos que todo invaden con el pretexto de defender la libertad y la democracia, o cualquier forma de violencia social o económica, lo logró un virus cuya principal efectividad fue develar todas nuestras enfermedades sociales: la destrucción del planeta, el cambio climático, la deforestación, la extinción de miles de especies, la destrucción de lo que nos permite sobrevivir, la pobreza, la desnutrición, la avaricia y corrupción, la carencia grave de una educación básica que nos permita entender lo que pasa y entendernos en ese contexto. Lo que no lograron los arsenales nucleares, los depredadores financieros, lo vino a causar un bicho que mide unos cuantos nanómetros: las calles vacías, las plazas desiertas, las escuelas abandonadas, las iglesias con dioses perplejos e impotentes, el colapso de una forma de vivir que está en crisis desde hace años, pero que nos resistíamos a verlo.

Y para ello se instaló el miedo. E hicimos compras de pánico de papel sanitario mientras ignoramos los complementos vitamínicos, la comida saludable, porque seguimos comprando bebidas azucaradas y comida chatarra, porque dejamos de ejercitarnos para fortalecer nuestro sistema inmunitario, porque nos regodeamos haciéndole caso a otros igual o más ignorantes con el poder de un micrófono, de un meme ofensivo, de una columna periodística, de un cargo público, confundiendo ignorancia y mala leche con información confiable; dictando reglas estúpidas para atentar contra los derechos humanos que no tienen nada que ver con la contención de una de las muchas pandemias que ha habido y seguirá habiendo. Parece concurso de quién es el más tonto pero lucidor, utilizando la fuerza pública y mediática para encubrir sus desatinos y corruptelas.

Hay que sacar a los monopolios de comida chatarra de las escuelas, hay que implementar precios justos y distribución vasta de alimentos nutritivos, hay que reforzar nuestro estado de bienestar que garantice instituciones públicas que nivelen las desigualdades sociales, hay que priorizar a las ciencias sociales y un nuevo modelo de ciencia que permita estudiar, conocer y transformar nuestra forma de vida como parte de un ambiente que incluye a otras que son necesarias.

Sin saberlo nos trepamos a un tobogán empinado y sin posibilidad de escape, como esos tubos resbalosos que nos despojan de toda voluntad, ni tiempo de pensar, de evaluar las consecuencias sociales que se suman a las que ya estábamos padeciendo, con una casta política internacional —porque de clase no tiene nada— que cayó en el pánico por verse desnudos con todas sus vergüenzas al aire, despojados de discursos coherentes, de liderazgos que solo existen en sus cabecitas. De los empresarios y demás fuerzas productivas agrupadas en pequeñas élites ni hablar, quedaron evidenciados en toda su mezquindad, aterrorizados, no por las pérdidas, sino por el recorte en sus enormes ganancias, buscando afanosamente la manera de aprovecharse del miedo y de la pérdida de libertades en aras de ofertar una falsa seguridad, arrebatándole la voz a los empresarios pequeños y medianos que sí se la están jugando y perdiendo el patrimonio esforzadamente conseguido.

Estamos perdiendo vidas y calidad de vida por un virus que solo sirvió como catalizador para acelerar y poner en evidencia que esta vida no es vida, que irresponsablemente hemos puesto en peligro a la generación presente y las pocas siguientes que tengan posibilidad de sobrevivir disputándose el agua potable, el aire respirable, los alimentos sanos, un sistema de salud suficiente y eficiente, una educación integral que nos enseñe a disfrutar, en comunidad, de la vida y no atentar contra ella. Hay que bajarse de ese maldito tobogán antes de que acabemos amontonados, atropellados, noqueados y enterrados vivos en una “normalidad” disfrazada de “nueva” para encubrir la deshumanización acelerada que sufrimos.

Ya sabemos cómo podemos terminar de seguir así, falta saber si tendremos el tiempo, la sabiduría, la voluntad de deshacernos de los que nos siguen empujando al tobogán, queriendo ser los últimos, para que los demás les sirvamos de colchoncito en el fregadazo final.