Joaquín
Córdova Rivas
La
infodemia insiste en la catástrofe como futuro inmediato. Insiste en culpar a
los ciudadanos individuales de la crisis prolongada de un sistema político y
económico insostenible. Toda nuestra civilización occidentalizada está en
jaque, ese virus diminuto que aprovecha todas nuestras debilidades,
desarrolladas a través de generaciones de malas prácticas nutricionales, de
devastadoras prácticas económicas, de promover desigualdades y pobreza, le pegó
a nuestras principales festividades religiosas, a nuestras creencias más
arraigadas, cuestionándolas aunque no queramos enterarnos.
El
día de acción de gracias de los anglosajones, el día de muertos de nosotros los
latinos, su Halloween, nuestro 12 de diciembre, y vienen el 24 y el 31 de este
año, y no hablamos de las celebraciones judías o musulmanas que también han
sido acalladas, interrumpidas, acotadas. Los dioses permanecen callados e
impotentes, nuestra Basílica y numerosos templos vacíos y tristes. Nuestro
cristianismo católico requiere de las concentraciones multitudinarias, por eso
los campanarios que convocan a reunirse, a diferencia de los minaretes
musulmanes que convocan al rezo dondequiera que se esté en ese momento.
Apenas
iniciadas las primeras acciones de confinamiento social ya había un virus
anónimo —como todos— que advertía:
«La
globalización, la competencia, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios,
las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, los
gimnasios, la mayor parte de los comercios, el Parlamento, la reclusión
escolar, las reuniones masivas, los empleos burocráticos, toda esa sociabilidad
ebria que no es más que el reverso de la soledad angustiosa de las mónadas
metropolitanas: Todo era innecesario una vez que se ha puesto de manifiesto el
estado de necesidad. Agradecedme las dosis de verdad que probareis durante las
semanas que vienen: empezareis por fin a habitar vuestra propia vida, sin las
mil escapatorias que, bien que mal, os hacen soportar lo insoportable. Sin
haberos dado cuenta, nunca os habíais mudado a vuestra propia existencia.
Vivíais entre las cajas de cartón y no os dabais ni cuenta. Desde ahora
tendréis que vivir con vuestros amigos más cercanos. Vais a vivir juntas. Vais
a dejar de estar como de paso hacia la muerte. Aborreceréis quizás a vuestro
marido. Vomitareis quizás sobre vuestros hijos. Quizás querréis hacer volar el
decorado de vuestra vida cotidiana. A decir verdad, no estaréis ya más en el
mundo, en las metrópolis de la separación. Vuestro mundo no era habitable en
ninguno de sus puntos más que a condición de una huida eterna. Teníais que
aturdiros con frecuentes desplazamientos y distracciones ya que el horror había
ganado en presencia. Y lo fantasmático reinaba entre los seres. Todo se había
optimizado tanto que nada tenía ya ningún sentido. ¡Estad agradecidos conmigo
por todo esto y sed bienvenidos de nuevo sobre la tierra!» Monólogo del virus.
Anónimo. Publicado en Lundi matin 21 de marzo, 2020.
¿Qué
hemos aprendido? Al parecer muy poco. El exceso de información (contradictoria,
mal interpretada) y de notas falsas parecieran indicar que sabemos muchos más
que al principio, sin embargo, esa presunción es falsa. Lo que sí ha crecido es
la resistencia para reconocer que, quizás, mucho de lo hecho ha sido inútil y
hasta contraproducente. Nos cuesta tanto reconocer que nos equivocamos.
Que
quizás las terapias extremas, la intubación y el coma inducido para soportarlo,
no sea la mejor decisión dada la alta mortalidad observada —que se acredita a
la irresponsabilidad individual por acudir tardíamente a los servicios de
emergencia—, en lugar de cuestionar su pertinencia. Tampoco hay autocrítica
respecto de la efectividad —si es que tienen alguna— de los toques de queda, de
los horarios limitados que provocan las aglomeraciones que se pretenden evitar,
de los cierres de espacios deportivos y parques produciendo un sedentarismo que
va contra la salud, el no entender la necesidad que tenemos de relacionarnos
cara a cara y de cómo convencernos de limitarnos temporalmente, en lugar de
usar amenazas, represiones abiertas y abusivas, el inducir el odio social
contra el otro aunque sea familiarmente próximo. Que posiblemente sea más
confiable, barato y oportuno usar un medidor de oxigenación para detectar algún
posible infectado, que intentar medir la temperatura corporal en distintas
partes anatómicamente inadecuadas o en momentos inoportunos que dan datos
inútiles.
Ahora
el asunto se complica por el temor de algunos gobiernos por el término de la
pandemia y el confinamiento, más preocupados por la reacción de una ciudadanía
que, en muchas ocasiones, se siente agraviada por una autoridad represora, que
dicta medidas estúpidas con el pretexto de “proteger la vida”.
Tampoco
hemos medido cambios aparentemente insignificantes: «Llevamos meses de
cuarentenas voluntarias u obligatorias y las videollamadas abundan en nuestras
vidas, ya sea en el ámbito del trabajo, la familia, los amigos u otro que
necesite de este formato de comunicación. De esta manera, nos hemos percatado
de que se abre una puerta a la intimidad y nos cuidamos de no estar en pijama,
de que nuestros convivientes no deambulen cerca, de que la casa no se vea
desordenada, etc. Así, lo que era nuestro espacio íntimo se vuelca como un
espacio público, donde entra todo tipo de personas, incluso quienes jamás
pensamos que entrarían a nuestro hogar.» Videollamadas, la pérdida de la
intimidad y la falsa libertad.
Camila Rojas Sánchez (Temuco, Chile). covid-19.
La comunicación en tiempos de pandemia Rodrigo Browne & Carlos del Valle,
editores. Ediciones universidad de la frontera. Julio 2020.
Vienen
los cambios provocados por las campañas masivas de vacunación, en el entendido
de que aún así habrá afectados —aunque la esperanza es que sean menos y de
menor gravedad—, lo que no debe tolerarse es que se utilice como pretexto para
un nuevo tipo de discriminación o represión. Apostar por el consenso social, el
convencimiento, no por la obligatoriedad disfrazada o no.
Y
exigir que las propuestas electorales incluyan cambios profundos en nuestra
relación con la naturaleza de la que somos parte, con nosotros mismos; nada de
que la “nueva normalidad” se restringa a embarrarse de gel antibacterial, esconderse
aterrorizado detrás de un cubrebocas, lavarse las manos o esconderse para
estornudar.
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