martes, 7 de abril de 2020

CUARENTENA ÉTICA


CUARENTENA ÉTICA
Joaquín Córdova Rivas

Tanta corrupción e impunidad infectaron hasta a nuestros opinólogos. De plano se nota que la ética no se desarrolló en un contexto que favorecía el simple pragmatismo, la transa como sinónimo de influencia pública y la ignorancia como máscara de una sabiduría que se quedaba escondida detrás de los panfletos o los boletines oficiales.

Nuestros opinólogos están enseñando el cobre cuando se les atraviesan temas que requieren un tantito de conocimiento social o técnico. No es lo mismo dejarse ganar por la antipatía ideológica o la consigna política que compartir información relevante que le sirva a cualquier ciudadano para tomar decisiones importantes para su vida personal y familiar, ya no se diga en las que tienen que ver con su compromiso o solidaridad social.

Si no sabes mejor pregunta a los que sí saben. Pero si en el remolino informativo los ignorantes se citan entre ellos creyendo que la repetición de falsedades, imprecisiones e intencionales mentiras las justifican, las convierten en verdades que un instante después se derrumban, pues estamos fritos.

Así está pasando con la crisis actual del Covid-19, repentinamente nos vimos rodeados —como célula indefensa ante un ataque de coronavirus— de opiniones sin sustento alguno, incluso minimizando o queriéndole dar lecciones a los que han dedicado su vida al estudio de este tipo de microorganismos, a su forma de propagación, a su mortalidad y a la aplicación de medidas de contención que tienen que ser oportunas y calculadas, no a lo tarugo y de cualquier manera. Vivimos en un mundo tan interconectado que tomar medidas unilaterales, inoportunas y desmedidas afecta a propios y extraños, además de que no resuelve el problema y provoca pánico en lugar de conocimiento.

No tiene nada de malo reconocer que hay temas que nos rebasan, que requerimos ayuda experta para saber y entender, que no se vale dejarse arrastrar por los que creen que la libertad de expresión es la obligación de decir cualquier tontería y exigir que los demás se la crean, porque si no lo hacen están atentando contra nuestra “libertad” o no nos están respetando. Ya lo advertía el semiólogo Umberto Eco:

«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.»

Si la sociedad está dispuesta a seguir una cuarentena social para intentar detener la propagación de una enfermedad que se ensañará con los más vulnerables, como casi siempre, los opinólogos irresponsables o que se manejan con su propia agenda convenenciera debieran asumir una cuarentena donde la ética esté por encima de sus intereses particulares. Quizás sea mucho pedir y difícilmente lo harán porque creen que su “prestigio” aguanta cualquier cosa, que tienen una gran cantidad de creyentes y replicadores que, a veces sin saber por qué, se identifican con sus intereses. La única forma en que el ciudadano común y corriente pudiera defenderse de las notas falsas a las que nuestros opinólogos son adictos —fake news—, y a sus juicios condenatorios basados en lo que mal informaron, es con la comparación con fuentes de información confiables, con la diversidad de opiniones, con el ejercicio de un criterio que también se forma y está en desarrollo continuo. Hay que estar seguros que no tenemos un gemelo que sea igualito a lo que queremos, que piense lo mismo, que reaccione como nosotros quisiéramos, pero que también tenemos la opción de dejar de prestar atención y darle credibilidad a necedades.

Parte de la transformación de este país tendrá que pasar por la aparición de fuentes y de formas diferentes de comunicar, confiables, reflexivas y que den tiempo a que los expertos intervengan, que siquiera en temas como este del Convid-19 demuestren que pasaron por la escuela y se les quedó algo, porque los actuales demuestran una ignorancia enciclopédica que confunden con sabiduría.

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