MUCHO MÁS QUE DINERO
Joaquín
Córdova Rivas
Lo
que está en juego no es solo las millonarias cantidades de pesos o dólares, esa
es una de las muchas formas de medir daños que de por sí son incalculables.
Duele que apenas nos conformemos con lo monetario, como si no existieran otras
maneras de exhibirlos, de reprocharles, de exigirles arrepentimiento público,
porque para la reparación del daño y el perdón no les va a alcanzar nunca.
Al
jocoso Javidú, Javier Duarte y sus gracejadas, no se le puede perdonar el clima
de terror y violencia en que sumió a su jarocho estado, el asesinato de
periodistas como forma de silenciar sus sinvergüenzadas (Regina Orozco y tantos
otros) –con todo y su costoso fideicomiso de protección a periodistas y defensores
de derechos humanos— los pactos con grupos del crimen organizado que
desaparecieron, secuestraron, extorsionaron, ejecutaron a quienes les pedían
que hicieran su trabajo y a simples ciudadanos para mantenerse en el poder
porque solo su esposa y él “merecían abundancia”.
Lo
mismo podemos decir de tantos sinvergüenzas, de esos políticos que llegaron a
tener responsabilidades que nunca cumplieron, que con la retórica de valores
conservadores engañaron a sus electores para después sumirse sin el menor
recato en la corrupción. Allí está el otro Duarte, sus antecesores y los
actuales, y su aparato de simulación al desnudo en casos como los de los
feminicidios de ciudad Juárez, como los de Marisela Escobedo y su hija, como
los de las hijas de muchos otros.
Casi
podríamos seguir estado por estado, sexenio por sexenio, en el caso de muchos
municipios trienio tras trienio, con una casta política, militar, opinócrata, empresarial
y religiosa que abusaba y lo sigue haciendo, que utiliza las diversas formas de
violencia para enriquecerse y concentrar un poder que debiera servir para lo
contrario que hacen. Imponiendo su visión de las cosas para exprimir y reprimir
a quien les estorba, a quien no está de acuerdo con su forma perversa de vivir
a costa de los demás.
Desviar
y robarse recursos públicos no es cosa de pesos y centavos. Es la disminución
medible de calidad de vida para millones de mexicanos, la falta de
oportunidades, el crecimiento de las desigualdades sociales y la pobreza, la
falta de acceso a la educación, las carencias en los sistemas de salud pública,
el salario insuficiente, la inseguridad, la injusticia, el sentirse vulnerable
porque esos poderosos inventan sus presuntos culpables (el caso Wallace, por
ejemplo).
No
es solo dinero, ni cuentas en paraísos fiscales, ni casas en Miami, Nueva York
o en cualquier ciudad o playa privatizada, tampoco los castillos en la vieja y
decadente Europa, son los miles de muertos, de desaparecidos; de desplazados
que abandonaron sus viviendas, sus negocios, sus familias; son los que buscan
justicia, a sus parientes en fosas clandestinas, los que quieren sacar de las
cárceles a “presuntos culpables” sin sentencia, sin crimen, sin víctimas, sin
defensa alguna; son los extorsionados, los que pagan “derecho de piso”.
En
fin, es el rencor social acumulado por sexenios fraudulentos y corruptos, que
se garantizaban la impunidad por la vía de la compra de votos, del arreglo de
resultados, de beneficiarse de la miseria de la mayoría que ellos mismos
provocaron. Y eso también hay que tenerlo presente.
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