sábado, 29 de septiembre de 2018

MEGASIMULACIÓN

MEGASIMULACIÓN Joaquín Córdova Rivas La realidad es más sarcástica que la mente más perversa. Como somos un país que quiere tener memoria, aunque no sepamos utilizarla, cada 19 de septiembre nos ponemos como tarea hacer un megasimulacro para aprender cómo comportarnos en caso de que un sismo nos agarre desprevenidos —característica propia de los temblores de tierra, porque no avisan—. Imaginemos los preparativos en las 243 mil escuelas de nuestro sistema educativo nacional. Comenzamos con que a lo largo del año anterior al simulacro ninguna autoridad de protección civil se apareció para capacitar al personal docente y administrativo, si bien les fue a algunas, se les mandó o consiguieron algún instructivo para colocar, a discreción, rótulos con flechitas que dicen “ruta de evacuación”. A otros les llegaría la instrucción de conseguir, aunque sea con las cuotas de padres de familia —esas que son voluntariamente a fuerzas—, unas brochas y botes de pintura blanca y verde bandera para pintar en medio del patio cívico —o lo que se le parezca— un “punto de reunión”. Este supuestamente debe quedar alejado de edificios o cualquier estructura que pueda colapsar y debe ser —el espacio— suficientemente grande para que quepan todos los ocupantes del plantel escolar —¿los “arcotechos” colapsan o solo se mueven como gelatina y crujen como en película de terror? —, pero muchos de estos supuestos quedan en eso, nuestras escuelas tienen décadas sin mantenimiento estructural y crecen a base de parches mal pegados. Ahora el reto es triple. Primero, diseñar rutas de evacuación convenientes para desalojar los diferentes edificios e instalaciones sin provocar aglomeraciones, evitar puntos conflictivos —como transitar por puentes, o pegados a construcciones altas y ventanales, o cercanos a instalaciones eléctricas o de gas—, asegurar que las salidas estén abiertas y no haya obstáculos, porque a los profesores nos gusta estacionar nuestros automóviles en los accesos creyendo que así no se los van a robar. Lograr ponerse de acuerdo tiene su chiste, a la mera hora todos somos expertos en estructuras y las rutas de evacuación se convierten en laberintos sin salida. Lo más enternecedor es cuando a alguien se le ocurre la idea de mejor no hacer simulacro para “no invocar” un sismo. Segundo. ¿Cuál va a ser el sonido de alerta? ¿Hay equipo de sonido que se escuche en toda la escuela? ¿Quién se encarga de activarlo? O de plano mejor le quitamos el silbato al profe de educación física y a soplar como locos. Lo que, obviamente, en una emergencia real no funciona por la falta de preparación ante lo imprevisto. Ni qué decir que nuestras escuelas no están enlazadas a algún centro nacional de prevención de desastres que haga funcionar las alarmas de forma automática con el tiempo mínimo para evacuarlas. Así, en caso de un sismo real nadie se enterará a tiempo, será hasta que se sientan los primeros trémolos terrestres cuando se reaccionará a criterio de cada quien. Tercero. Alguien que se haga cargo y busque las llaves donde está “guardado” el equipo para las brigadas —improvisadas— de desalojo, emergencia y rescate. Los chalecos de colores chillantes, los cascos y guantes —que no llegaron—, los extinguidores relucientes de nuevos porque nunca se pusieron donde se pueden necesitar —y falta que no hayan caducado— y demás tiliches adornadores. Designar a los sacrificados que tendrán que buscar en baños y escondites que nadie se quede. Hay que asegurar que los grupos salgan de las aulas y laboratorios de manera expedita, pero sin correr, sin gritar, sin empujarse, sin caerse ni pisar a los caídos. Alguien que oficialmente tome el tiempo y muchos que recaben “evidencias” de que el simulacro salió de maravillas. Para los medios se arma el espectáculo en algunos lugares designados donde abundará la parafernalia rescatista, para que no investiguen la angustiosa realidad de la falta de organización y recursos para accionar en un evento catastrófico donde el número de víctimas será mucho mas alto del que podría ser si tuviéramos una cultura de prevención, de coordinación, de cuidado de nosotros mismos y de los demás. Mientras, nos enteramos de que los damnificados de hace un año siguen siéndolo, que las ayudas prometidas no llegaron o que fueron víctimas de vivales asociados con partidos políticos empresarios y presidencias municipales que los despojaron de las indemnizaciones sin cumplir con contratos firmados de reconstrucción. En otros casos, de plano se recorren los plazos a 5 años o más para librar el cambio de gobierno. Somos un país ubicado en una franja geológica con actividad telúrica constante, y seguimos pensando que no nos va a pasar nada.

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