sábado, 3 de octubre de 2020

INCONGRUENTES E INOCENTES


INCONGRUENTES E INOCENTES

Joaquín Córdova Rivas

 

Ya en serio. ¿Cuántos contagios o muertes se evitaron con los filtros sanitarios que, en las carreteras, implementaron algunos estados del centro del país? Más si tomamos en cuenta que cerca del 80 por ciento de los contagiados son asintomáticos. Conozco casos de personas que por su trabajo tienen que viajar continuamente, que pasaron en diferentes fechas por esos “filtros” y nunca fueron detectados a pesar de resultar positivos cuando se hicieron la prueba.

 

¿Cuál es la evidencia científica que está detrás de la reglamentación de que en los estacionamientos se deje vacío un espacio entre carro y carro? ¿Cuál es la probabilidad de que dos automovilistas se estacionen simultáneamente en espacio contiguos y que uno contagie al otro? Lo anterior requeriría considerar que uno es portador y el otro no, porque si ambos están sanos o ya traen el virus la medida resultaría, también, inútil.

 

Después de mucha resistencia y dejadez se instalaron filtros sanitarios en los grandes supermercados, centros comerciales y otros lugares concurridos, el resultado era fácil de prever, las aglomeraciones de clientes se pasaron de las entradas a los espacios inmediatamente aledaños a ellas. Por ejemplo, en la UMF 2 del IMSS en la delegación Cayetano Rubio los derechohabientes se congregan en ambas banquetas mientras acceden a cuentagotas, con la advertencia, de quienes controlan el acceso, de que esperen “en la sombrita” para que al tomarles la temperatura —requisito indispensable para poder entrar— no marquen lo que es natural en una piel calentada por el inclemente sol queretano. Pero si le toca sombrita pasa fresco como lechuga recién cortada. Así pasa en los bancos, me ha tocado en suerte observar clientes que llegan apurados y marcan una temperatura superior a la deseable —¿cuál será? — lo que se arregla fácil, se les hace esperar 5 minutos a la sombra y después marca lo que debe marcar.

 

Mientras, el transporte público circula atestado, sin que autoridad alguna haga nada por incrementar el número de corridas o verifique que se facilite el distanciamiento social o el uso de cubrebocas que se supone son efectivos para prevenir, en algo, los contagios. A cafeterías, restaurantes, hoteles y demás negocios les tocó aceptar una reglamentación estricta y tuvieron que cerrar por meses con la asfixia económica resultante, pero conozco maquiladoras que trabajaron sin problema con el personal completo y a tres turnos. ¿Cuál fue el criterio que se aplicó en ambos casos?

 

Ya hay estudios que plantean respuestas a esas interrogantes o siquiera se atreven a plantear muchas dudas.

 

«…la hipótesis de que la mayoría de los Estados actuales son estructuralmente incapaces de enfrentar una amenaza como la del SARS-CoV-2 sin estrategias que impliquen actos inhumanos, violatorios de derechos humanos y potencialmente criminales. Estas estrategias tienen que ver tanto con su debilidad estructural como con dinámicas más profundas relacionadas con la forma en que se configuran las relaciones de poder. Nos enfocamos en el poder Estatal entendido como dominio sobre la vida y la muerte de quienes viven o transitan por sus territorios o jurisdicciones, sobre todo en situaciones de “emergencia”.» La pandemia, el Estado y la normalización de la pesadilla. por Tamara San Miguel y Eduardo J. Almeida. 2020. https://www.desdeabajo.info/images/docs/pandemia.pdf

 

Conocemos de abusos cometidos por las “fuerzas del orden” en muchos países, hasta de brutalidades y homicidios cometidos por policías municipales en el nuestro con el pretexto de la pandemia. Incluso están los ensayos de filósofos como



Byung-Chul Han que advierten que la “eficacia” de algunos países asiáticos en un primer momento de contención del contagio se debe a su capacidad de control de la población y a la suspensión, de facto, de leyes que resguardan los derechos humanos más elementales. Bueno, hasta vimos ciudades europeas con toque de queda, lo que implica la “suspensión” en el ejercicio de derechos básicos en una democracia.

 

«Tanto la experiencia de 2001 en el campo de la seguridad como la de 2008 en el financiero nos enseña que una palabra que parece generar una aceptación casi mágica de las soluciones más aberrantes es “emergencia”. […] en un estado de emergencia no existen muchas normas jurídicas que puedan aplicarse, no es una situación de guerra por lo tanto el derecho internacional humanitario queda relegado, y no es una situación normal, no es tiempo de paz por lo que los derechos humanos quedan mayormente sujetos a los criterios que el Estado establezca para la emergencia.»

 

¿Quién decide y con qué criterios cuales actividades son prioritarias o esenciales? ¿Por qué una maquiladora puede trabajar a planta obrera completa, tres turnos y se niega la posibilidad de realizar actividades artísticas, con acceso regulado y en espacios abiertos? ¿Por qué sabiendo que la actividad física es indispensable para tener un sistema inmunitario resistente se cierran espacios deportivos, a la vez que se sigue permitiendo la venta de comida chatarra que lo vulnera? Quieren, y a veces lo logran, que olvidemos que esta pandemia y las que vienen se dan en un ambiente específico y poco “natural”.

 

«El Covid-19 no llega a un mundo en blanco, se expande en ese mundo, en ese contexto de necrocapitalismo, de violencia, de eufemismos, de bienestar privatizado, de servicios públicos insuficientes y de Estados profundamente dependientes de los actores más poderosos del mercado. En conjunto con esto, en esta crisis de 2020, la del SARSCoV- 2, no nos enfrenta a “otros” humanos, sino a un “otro” invisible y aparentemente incontenible que pone en riesgo nuestra posibilidad de respirar y por lo tanto de vivir. Esto ha generado una enorme incertidumbre sobre lo que queremos

proteger de “lo humano” y sobre cómo responder, sobre todo porque está implicando ponerse frente al sistema hegemónico y a sus inocultables contradicciones y sus peligrosas deficiencias.»

 

Sistemas de salud pública desmantelados para ser privatizados, insuficientes e inequitativos para enfrentar una pandemia como la actual o enfermedades crónicas como la diabetes, el cáncer, la hipertensión y la obesidad que nosotros mismos provocamos, no como individuos, sino como sistemas sociales que privilegian la ganancia económica, aunque nos haga daño. Lo peor, el socialconformismo, la incapacidad de reaccionar ante los abusos y las incongruencias, el criminalizarnos unos a otros en lugar de ver las fallas sistémicas que nos han llevado a las crisis dentro de la crisis.

 

«Por lo contagioso que ha resultado el coronavirus existe el grave riesgo de criminalizar al otro, de profundizar el aislamiento y la desconfianza. En las ciudades la fragmentación ya era un problema profundo que muy posiblemente esté en aumento y corre el riesgo de agudizarse después de la pandemia.» Todas las citas son del trabajo de San Miguel y Almeida citado al inicio del texto.

  

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