INCONGRUENTES E INOCENTES
Joaquín
Córdova Rivas
Ya
en serio. ¿Cuántos contagios o muertes se evitaron con los filtros sanitarios
que, en las carreteras, implementaron algunos estados del centro del país? Más
si tomamos en cuenta que cerca del 80 por ciento de los contagiados son
asintomáticos. Conozco casos de personas que por su trabajo tienen que viajar
continuamente, que pasaron en diferentes fechas por esos “filtros” y nunca
fueron detectados a pesar de resultar positivos cuando se hicieron la prueba.
¿Cuál
es la evidencia científica que está detrás de la reglamentación de que en los
estacionamientos se deje vacío un espacio entre carro y carro? ¿Cuál es la
probabilidad de que dos automovilistas se estacionen simultáneamente en espacio
contiguos y que uno contagie al otro? Lo anterior requeriría considerar que uno
es portador y el otro no, porque si ambos están sanos o ya traen el virus la
medida resultaría, también, inútil.
Después
de mucha resistencia y dejadez se instalaron filtros sanitarios en los grandes
supermercados, centros comerciales y otros lugares concurridos, el resultado
era fácil de prever, las aglomeraciones de clientes se pasaron de las entradas a
los espacios inmediatamente aledaños a ellas. Por ejemplo, en la UMF 2 del IMSS
en la delegación Cayetano Rubio los derechohabientes se congregan en ambas
banquetas mientras acceden a cuentagotas, con la advertencia, de quienes
controlan el acceso, de que esperen “en la sombrita” para que al tomarles la
temperatura —requisito indispensable para poder entrar— no marquen lo que es
natural en una piel calentada por el inclemente sol queretano. Pero si le toca
sombrita pasa fresco como lechuga recién cortada. Así pasa en los bancos, me ha
tocado en suerte observar clientes que llegan apurados y marcan una temperatura
superior a la deseable —¿cuál será? — lo que se arregla fácil, se les hace
esperar 5 minutos a la sombra y después marca lo que debe marcar.
Mientras,
el transporte público circula atestado, sin que autoridad alguna haga nada por
incrementar el número de corridas o verifique que se facilite el
distanciamiento social o el uso de cubrebocas que se supone son efectivos para
prevenir, en algo, los contagios. A cafeterías, restaurantes, hoteles y demás
negocios les tocó aceptar una reglamentación estricta y tuvieron que cerrar por
meses con la asfixia económica resultante, pero conozco maquiladoras que
trabajaron sin problema con el personal completo y a tres turnos. ¿Cuál fue el
criterio que se aplicó en ambos casos?
Ya
hay estudios que plantean respuestas a esas interrogantes o siquiera se atreven
a plantear muchas dudas.
«…la
hipótesis de que la mayoría de los Estados actuales son estructuralmente incapaces
de enfrentar una amenaza como la del SARS-CoV-2 sin estrategias que impliquen actos
inhumanos, violatorios de derechos humanos y potencialmente criminales. Estas
estrategias tienen que ver tanto con su debilidad estructural como con
dinámicas más profundas relacionadas con la forma en que se configuran las
relaciones de poder. Nos enfocamos en el poder Estatal entendido como dominio
sobre la vida y la muerte de quienes viven o transitan por sus territorios o
jurisdicciones, sobre todo en situaciones de “emergencia”.» La pandemia, el
Estado y la normalización de la pesadilla. por Tamara San Miguel y
Eduardo J. Almeida. 2020. https://www.desdeabajo.info/images/docs/pandemia.pdf
Conocemos de abusos cometidos por las “fuerzas del orden” en muchos países, hasta de brutalidades y homicidios cometidos por policías municipales en el nuestro con el pretexto de la pandemia. Incluso están los ensayos de filósofos como
Byung-Chul Han que advierten que la “eficacia” de algunos países asiáticos en un primer momento de contención del contagio se debe a su capacidad de control de la población y a la suspensión, de facto, de leyes que resguardan los derechos humanos más elementales. Bueno, hasta vimos ciudades europeas con toque de queda, lo que implica la “suspensión” en el ejercicio de derechos básicos en una democracia.
«Tanto
la experiencia de 2001 en el campo de la seguridad como la de 2008 en el
financiero nos enseña que una palabra que parece generar una aceptación casi
mágica de las soluciones más aberrantes es “emergencia”. […] en un estado de
emergencia no existen muchas normas jurídicas que puedan aplicarse, no es una
situación de guerra por lo tanto el derecho internacional humanitario queda
relegado, y no es una situación normal, no es tiempo de paz por lo que los
derechos humanos quedan mayormente sujetos a los criterios que el Estado
establezca para la emergencia.»
¿Quién
decide y con qué criterios cuales actividades son prioritarias o esenciales?
¿Por qué una maquiladora puede trabajar a planta obrera completa, tres turnos y
se niega la posibilidad de realizar actividades artísticas, con acceso regulado
y en espacios abiertos? ¿Por qué sabiendo que la actividad física es
indispensable para tener un sistema inmunitario resistente se cierran espacios
deportivos, a la vez que se sigue permitiendo la venta de comida chatarra que
lo vulnera? Quieren, y a veces lo logran, que olvidemos que esta pandemia y las
que vienen se dan en un ambiente específico y poco “natural”.
«El
Covid-19 no llega a un mundo en blanco, se expande en ese mundo, en ese contexto
de necrocapitalismo, de violencia, de eufemismos, de bienestar privatizado, de
servicios públicos insuficientes y de Estados profundamente dependientes de los
actores más poderosos del mercado. En conjunto con esto, en esta crisis de
2020, la del SARSCoV- 2, no nos enfrenta a “otros” humanos, sino a un “otro”
invisible y aparentemente incontenible que pone en riesgo nuestra posibilidad
de respirar y por lo tanto de vivir. Esto ha generado una enorme incertidumbre
sobre lo que queremos
proteger
de “lo humano” y sobre cómo responder, sobre todo porque está implicando
ponerse frente al sistema hegemónico y a sus inocultables contradicciones y sus
peligrosas deficiencias.»
Sistemas
de salud pública desmantelados para ser privatizados, insuficientes e
inequitativos para enfrentar una pandemia como la actual o enfermedades
crónicas como la diabetes, el cáncer, la hipertensión y la obesidad que
nosotros mismos provocamos, no como individuos, sino como sistemas sociales que
privilegian la ganancia económica, aunque nos haga daño. Lo peor, el
socialconformismo, la incapacidad de reaccionar ante los abusos y las
incongruencias, el criminalizarnos unos a otros en lugar de ver las fallas
sistémicas que nos han llevado a las crisis dentro de la crisis.
«Por
lo contagioso que ha resultado el coronavirus existe el grave riesgo de
criminalizar al otro, de profundizar el aislamiento y la desconfianza. En las
ciudades la fragmentación ya era un problema profundo que muy posiblemente esté
en aumento y corre el riesgo de agudizarse después de la pandemia.» Todas las
citas son del trabajo de San Miguel y Almeida citado al inicio del texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario