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viernes, 11 de abril de 2014

EL INFIERNO TAN TEMIDO

Existen formas diferentes de engañar a nuestro cuerpo, de sacarle la vuelta a su funcionamiento “normal” y forzarlo más allá de sus límites, aunque después vengan las consecuencias. Lo engañamos cuando al entrar a trabajar en el turno nocturno en una fábrica lo enfrentamos a un ambiente luminoso, como si fuera de día. Cuando requerimos de horas extras de trabajo y le damos café, cuando le damos una pizca de optimismo con ese delicioso procesamiento del cacao que llamamos chocolate, cuando lo obligamos a dar un extra de esfuerzo con bebidas energéticas y cargadas de iones que evitarán, en algo, la fatiga y los calambres musculares. Cuando ingerimos bebidas alcohólicas para derrumbar nuestras inhibiciones y defensas mentales, para volvernos, al menos eso creemos, más audaces, más seguros, más sociables. En todos los casos sabemos que habrá consecuencias y nos preparamos para ellas, hasta que el cuerpo deje de aguantar. Claro, todo va en proporción, no es igual la imperceptible resaca de tomarse una taza de delicioso chocolate que la de esnifarse una línea de cocaína. Entonces ¿cuál es el atractivo de la cocaína? En el corto plazo “Los efectos de la cocaína se presentan casi inmediatamente después de una sola dosis y desaparecen en cuestión de minutos o dentro de una hora. Los que consumen cocaína en cantidades pequeñas generalmente se sienten eufóricos, energéticos, conversadores y mentalmente alertas, particularmente con relación a las sensaciones visuales, auditivas y del tacto. La cocaína también puede disminuir temporalmente el apetito y la necesidad de dormir. Algunos consumidores sienten que la droga les ayuda a realizar más rápido algunas tareas simples, tanto físicas como intelectuales, mientras que a otros les produce el efecto contrario.” Lo anterior lo señala el National Institution on Drug Abuse, ─http://www.drugabuse.gov/es/publicaciones/serie-de-reportes/cocaina-abuso-y-adiccion/cuales-son-los-efectos-corto-plazo-del-uso-de-la-cocaina─, pero una definición más práctica es la que señala Roberto Saviano en su libro CeroCeroCero “La coca es la respuesta exhaustiva a la necesidad más apremiante de la época actual: la falta de límites”. Para ponerlo más simple aunque se tenga el riesgo de perder precisión, la cocaína produce todos los efectos juntos de los estimulantes y desinhibidores conocidos, y además, en un mundo masificado donde lo peor es pasar desapercibido, donde lo normal es sinónimo de mediocridad, donde existe la permanente pulsión por destacar en algo y tenerle terror al anonimato, donde lo que importa es el ahora aunque el mañana se vaya al carajo, todos los límites parecen desvanecerse o, por lo menos, estirarse hacia un futuro que no importa porque solo el presente existe. Como toda sustancia que altera el funcionamiento orgánico, crea dependencia física, pero la otra dependencia, la psicológica que implica el estar totalmente convencido de que dejar de consumirla desvanece cualquier ventaja sobre los demás, puede que sea peor. Falta agregar algo, los efectos posteriores a su consumo se pueden evitar si se sigue consumiendo, por lo menos por un tiempo que parece eterno. Aún con todo lo anterior hay algo que encaja y la convierte de una adicción personal en una global. La necesidad del consumo constante y las prohibiciones legales que la encarecen la convierten en una mercancía con altísimos niveles de ganancia. La transferencia de dinero que se da de los bolsillos de los millones de consumidores hacia el sistema económico ─bancos, empresas multinacionales, monopolios, etc.─ que se vuelve adicto a esos ingresos la vuelve imprescindible, sin la coca, sin el tráfico de armas que protege a sus productores y comerciantes, sin la corrupción que provoca, el neoliberalismo no sería posible. Las pruebas allí están, grandes bancos que tienen que pagar multas ridículas cuando se les comprueba que “blanquearon” miles de millones de dólares de procedencia ilegal. Tan solo en nuestro país se calcula que el tamaño de los movimientos financieros alcanzan cifras superiores a los 40 mil millones de dólares al año. Cargar en maletas o en aviones completos esas cantidades en billetes es poco práctico, depositarlas en alguna sucursal bancaria o “invertirla” en grandes empresas legales como fraccionadoras, constructoras, casinos, centros de espectáculos y todo lo que se nos ocurra es más fácil, y como todos acaban embarrados y terminan dependiendo de esos ingresos, pues nadie dice nada. Parece que tenemos un triple efecto. El individual sobre quien la consume a cada rato. El cultural porque está produciendo una identidad artificial y negocios secundarios fuera de los mencionados anteriormente, la narco cultura ya está presente y también produce ganancias millonarias, los narco corridos que abonan a una visión artificial y benigna del consumo de drogas, el cantarle a los sanguinarios, a los descuartizadores, a los violentos que no tienen más límite que las ráfagas enemigas, a las traiciones como forma de vida. Allí está el documental de Shaul Schwarz titulado precisamente Narco cultura. Y el tercer efecto, el financiero sobre un sistema económico que no solo promueve al narcotráfico, sino que depende de él. Regresando a México, creer que con la detención del Chapo Guzmán, con el descabezamiento, en sentido figurado, de los Caballeros Templarios, se va a disminuir o acabar con el negocio es una ingenuidad peligrosa. Otros ocuparán rápidamente esos lugares, harán nuevos acuerdos, mientras existan consumidores habrá vendedores, eso lo sabemos todos. Pero el problema no se queda allí, se desparrama y quien se siente seguro porque la ilegalidad no tiene consecuencias no duda en “explorar” otras actividades que les den ganancias inmediatas y relativamente fáciles: la trata de personas, las extorsiones, los secuestros, los asesinatos a pedido, el robo, la esclavitud en cualquiera de sus formas. Y entonces, parafraseando al célebre Cochiloco de la película de Luis Estrada, esta vida se convierte en un infierno.

sábado, 7 de enero de 2012

LA GUERRA DE LAS PALABRAS


“Esta es una guerra, y tengan la seguridad de que vamos a ganar”. Felipe Calderón 11 de diciembre del 2006.

Hace 5 años el discurso gubernamental dio un giro que después quiso negarse, pero el daño está hecho y no hay vuelta atrás. El calderonismo sintió la necesidad de inventar un enemigo común que uniera a los mexicanos a su alrededor, que permitiera que se olvidaran las hondas diferencias políticas mal resueltas por un proceso electoral todavía cuestionado. Un núcleo duro, agrupado en la cúpula panista, básicamente en los amigos e incondicionales del recién estrenado y cuestionado presidente, prefirió desviar la atención y evitar las posibles movilizaciones sociales militarizando al país. Los efectos aquí están, más de 50 mil muertos, el ejército en las calles perdiendo el prestigio bien ganado y siendo presa de condiciones para las que no ha sido entrenado. Aún así, las drogas siguen fluyendo hacia nuestro vecino del norte sin grandes fluctuaciones en precio y disponibilidad, lo reprochable, nosotros ponemos los muertos y la pérdida de derechos y libertades mientras ellos utilizan la estructura gubernamental para traficar armas y lavar dinero.

Lo peor del caso es que el jueguito ya nos lo sabíamos, la experiencia de otros países que han transitado por el mismo camino y las advertencias del experto de la ONU en el tema Edgardo Buscaglia, revelaban lo que algunos no querían que se supiera, hasta existen protocolos internacionales, ya probados, para enfrentar al crimen organizado y el ambiente de impunidad y corrupción necesario para que se desarrolle, pero se prefirió no aplicarlos porque el objetivo no era sólo ese. Según Gustavo Ogarrio en La Jornada Semanal del 20 de noviembre de este año: “Sin embargo, este lenguaje es más que una simple construcción retórica o una manera de enfrentar la crisis de legitimidad del Estado mexicano en su proceso de transformación política de la última década. Estaríamos también ante una manera de narrar la secuencia de hechos, acciones y consecuencias de un Estado que, en su ciclo más agresivo y conservador, pasó de la retórica del “libre mercado”, con la que entendía y practicaba la transición a la democracia, a la abierta defensa militar, interna, de su ideología”. Detrás de esa forma de presentar, de narrar, una descarada “guerra” interna contra un enemigo que de manera inexorable resultará derrotado, porque se disfraza como un enfrentamiento, moral y mortal, entre buenos y malos aunque luego no hay forma de saber quiénes son unos y quiénes los otros, se esconde otra, la ideológica, la que ya no encuentra otras formas de legitimarse, la que ya no tiene más argumentos y sólo le queda el “estás conmigo o contra el país”, la entronización del camino único, ese mismo que para imponerse ha recurrido a la militarización en Argentina, Chile, Paraguay, Centroamérica y demás.

No es casual que el discurso que supuestamente aboga por la seguridad se dé el espacio suficiente para machacar sobre las reformas legales que son su real razón de ser, esas que castigan las pensiones, los salarios, los derechos laborales, las instituciones sociales que garantizaban una vida más o menos digna, las libertades individuales y ciudadanas, todo con el pretexto de ganar una guerra que está mal planteada desde el principio. Lo peor es que las recientes crisis económicas han puesto en duda ese neoliberalismo que nuestro gobierno empuja con singular disciplina, no se aprende de la experiencia, se sujeta todo a un marco mental, ideológico, que por definición tiene que ser el único correcto, aunque todo señale lo contrario.

La disyuntiva allí está, el proceso electoral federal ya iniciado es la oportunidad pacífica para rectificar el rumbo, atacar en realidad la corrupción, la impunidad, la desigualdad, con métodos probados y sin castigar a la población en general. Reforzar las libertades sin permitir ataques a los derechos humanos. Lograr empleos suficientes con salarios dignos aprovechando la participación de obreros y los pocos campesinos que quedan. Garantizar educación para todo el que tenga actitud y aptitud. Fortalecer al empresariado nacional, al que produce empleos, el que compite lealmente. Pero… la retórica gubernamental seguirá arando por el mismo surco, ahora amenaza al proceso electoral si el resultado no le conviene, así, como en Michoacán.