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sábado, 8 de octubre de 2016

ERAN SOLDADOS

ERAN SOLDADOS Joaquín Córdova Rivas Seguramente estaban cansados, mal dormidos, mal comidos, acalorados debajo del pesado uniforme y los chalecos antibalas. Apretados en 2 transportes a pesar de que eran —según las versiones periodísticas— 17, de los cuales 5 murieron en el ataque al que fueron sometidos, 10 más quedaron heridos, algunos de gravedad por lo que las cifras pueden cambiar. Al parecer llevaban varias horas de camino, custodiando una ambulancia con un dirigente del crimen organizado herido en un enfrentamiento previo. Eran soldados. Para bien o para mal, el ejército es el último dique armado —el otro, despreciado, es el arte y la cultura— que contiene, en algo, una guerra declarada sin tener la necesaria preparación y estrategia por parte de las instituciones supuestamente encargadas de la seguridad nacional. Una seguridad nacional que ya no custodia las fronteras precaviendo alguna invasión externa, sino que está volcada hacia dentro, en un escenario más parecido a una guerra civil que está desmembrando una geografía que había neutralizado y resuelto las fuerzas centrífugas de otras épocas. Pero no basta lamentarse, alguien cometió más de un error al no prever y calcular la reacción violenta y con mayor capacidad de fuego de los “enfermos, bestias y criminales”, como los llamó el secretario de defensa. No se mueven más de sesenta agresores en una veintena de camionetas sin que nadie se dé cuenta. No se venden armas de alto poder y lanzagranadas sin que nadie se entere. No se coordina un ataque de esta magnitud sin hacer uso de radiofrecuencias y aparatos de comunicación. Alguien no hizo su tarea y dejó a 17 soldados en una situación de vulnerabilidad inadmisible. En Sinaloa sobran tropas, transportes blindados, presencia de inteligencia civil y militar, policías federales, quizás hasta helicópteros artillados, pero no aparecieron cuando se necesitaban. Falta ver ahora la reacción de las fuerzas de seguridad, falta saber a quién culpan por las muertes y lesiones de militares que también son ciudadanos, que cumplen con lo que se les ordena, que tienen familias que dependen de ellos; hay que estar pendientes de que no ocurran otros incidentes similares o más graves, sería el colmo. Muertos y heridos que se acumulan a las cifras negras de víctimas en un país desgarrado por la violencia que se incrementa sin poder detenerla ni ocultarla. Nos ahogamos en corrupción e impunidad, en riquezas mal habidas, en descarados saqueos a los recursos públicos y privados. Caemos, dando tumbos, en un abismo que parece no tener fondo. Mientras, el que cobra como presidente se pasea en su avión de lujo, que no tiene ni Obama, corriendo detrás de este para pedirle disculpas por la tontería de servirle de tapete al impresentable Donald Trump, en plena campaña electoral de nuestro vecino del norte. En plena ruleta gringa jugamos a perder. Y nuestro apanicado gobernador del Banco de México declarando lo que todos sufrimos y puede empeorar, un modelo económico que depende en exceso de los caprichos del capital especulativo, de una deuda externa que crece minuto a minuto y que no se ve que se invierta en obra pública, y sí sospechamos que sea para engordar las cuentas bancarias en paraísos fiscales o en propiedades de todo tipo. Que no nos sorprenda que ciudadanos globales con un peso específico significativo, como el “ruckero” Roger Waters, opine y critique ácidamente a nuestra casta política y sea aclamado por cientos de miles en el Zócalo y el Foro Sol. Otros ciudadanos, menos conocidos pero igualmente importantes, toman las calles para protestar por feminicidios, por asesinatos absurdos porque la ganancia ni siquiera es cuantiosa, nos estamos matando por migajas. Ambiente propicio para que los sociópatas pierdan cualquier freno y hagan de las suyas, y entonces todos se revuelven y las mezclas resultan cada vez más bestiales. La violencia se trasmina, la incapacidad institucional y sus abusos los convertimos en problema personal, nos corroe el coraje y la impotencia, quizás como consecuencia crece la violencia intrafamiliar, el alcoholismo y otras adicciones, el embarazo adolescente, la obesidad por ansiedad, llegamos a los golpes por un lugar donde estacionar nuestro auto, peleamos los milímetros de las atestadas vialidades, a nuestros niños y jóvenes los abandona un sistema educativo ineficiente con profesores rebasados por las circunstancias, incrementa el vandalismo urbano. Y nosotros peleando por quitarle derechos a sectores de la población que no creen en los mismos dogmas, en lugar de convocar a la tolerancia, solidaridad y paz. Hasta provoca envidia que alguien tenga control sobre su muerte. Luis González de Alba optó por morir en una fecha que seguramente le era significativa, un 2 de octubre. Siempre crítico aunque fuera políticamente incorrecto, siempre curioso e inquisitivo, cuestionó a la biología, a la cultura oficial o no, a la izquierda o a lo que se hace llamar así. Quedan sus libros, sus artículos, su rebeldía, Hay que leerlo y cuestionarlo.

viernes, 5 de octubre de 2012

CONTANDO HISTORIAS

La historia como un galimatías prescindible y olvidable, como una simple sucesión de fechas destinadas a volver loco a cualquier escolar, y más en un examen; el eterno desfile de personajes con peluquín o vestidos estrafalarios, los grandes acontecimientos considerados así por algún genio de gabinete que nuca se tomó la molestia de explicarlos. Esa era mi visión de esa ciencia social enseñada por profesionistas de las disciplinas más disímbolas y que, obvio, tampoco entendían nada de lo que enseñaban. Hasta que conocí, por sus escritos, a Eric Hobsbawm. Ni siquiera recuerdo el año cronológico o escolar y eso podría considerarse una grosería, pero si tomo en cuenta mi aversión por las fechas, porque históricamente prefería olvidarlas por su falta de significado, ese olvido es una consecuencia lógica de la incomprensión. Con Las Revoluciones Burguesas, ?texto que necesito releer por el simple gusto de volver a entender la relación entre las revoluciones Francesa e Industrial, avistar el nacimiento de conceptos que se requerían ante fenómenos completamente nuevos y por ello íntimamente ligados a su pasado, encontrarle sentido a las fechas, llenarlas de contenido y relacionarlas con el mundo que estamos viviendo?, cambié mi perspectiva y aprecio por la historia, con minúsculas o con mayúsculas, es lo mismo dada mi aversión anterior. Saber, por fin, que la historia es mucho más que algo que ya pasó, fue un descubrimiento que reordenó todo lo que sabía y le dio sentido. El pasado adquirió vida y la sigue teniendo porque no es algo muerto, sino sujeto a reinterpretaciones, a descubrimientos. A Hobsbawm seguramente es mejor entenderlo y conocerlo a través de sus propias palabras, en este caso recopiladas por José Andrés Rojo del diario español El País del 1 de Octubre del 2012, por ejemplo, sobre este individualismo feroz que promueve el capitalismo voraz: “Creo que el individualismo libertario no es una base adecuada para la política del poder. Porque, en el fondo, el individualismo es lo opuesto a una política colectiva. Se puede movilizar a los pueblos en la senda del nacionalismo, del patriotismo o de otras rutas colectivas, pero si se dice al individuo que lo que cuenta es su supremo interés, luego es muy difícil convencerlo de que debe subordinar ese interés, aunque sea solo en parte, a los intereses de los demás”. Y menos si ese “individuo” está en una posición privilegiada, cercana al poder político o económico, entonces sí, que alguien pretenda convencerlo de que los demás existen más allá que como meros consumidores. Con todo y que nunca renunció a su cercanía ideológica con el marxismo, es más, esa manera de analizar las cosas fue su característica principal, tampoco se engañaba: “…los regímenes comunistas eran, en cierto sentido y deliberadamente, regímenes elitistas. Aunque sólo fuese por el énfasis que ponían en el papel de guía que debía desempeñar el partido. Su objetivo no era convertir al pueblo, las suyas no eran fes, sino iglesias oficiales. Por esta razón, la mayor parte de los pueblos sometidos a estos regímenes estaban fundamentalmente despolitizados. El comunismo no entró nunca en sus vidas en el sentido en que, por ejemplo, el catolicismo entró en las vidas y en las conciencias de los pueblos de América Latina tras la colonización. El comunismo era algo de lo que se esperaba buenos o malos resultados, pero que en general no fue interiorizado por los pueblos”. Hay categorías que se antojan indispensables en un historiador como este, pero que notamos totalmente ausentes en los procesos escolares de aprendizaje, seguramente por eso nunca me gustó la historia hasta que pude comprenderla a través de este ciudadano del mundo nacido en Alejandría, en un año que aparece continuamente en las efemérides de nuestra cultura occidental, 1917: “Es posible garantizar a todo el mundo que van a tener igual acceso a la Coca-Cola. Pero no es posible que todos tengan el mismo acceso a una entrada para el teatro de ópera de la Scala, de Milán. Porque por la naturaleza misma de este bien, el número de entradas de la Scala es limitado y no se pueden producir más. […] Por eso creo que el problema de la globalización es la aspiración a garantizar un acceso tendencialmente igualitario para todos los productos de un mundo que es, por su naturaleza, desigual y distinto. Hay una tensión entre dos ‘abstracciones’. Se intenta encontrar un denominador común al que puedan acceder todas las personas para cosas que no son, repito, accesibles naturalmente a todos. Y ese denominador es el dinero, es decir, otra ‘abstracción”. Recuerdo como entre brumas el 68 mexicano y francés, que después adquirieron sentido a través de los recuerdos y textos de Heberto Castillo, Eduardo Valle “El Búho”, Elena Poniatowska, Luis González de Alba y otros que de momento se me escapan. Entre Hobsbawm y el 68 se me aparece un camino que vale la pena volver a recorrer, esperando que haya tiempo, porque también no puedo dejar de reconocer la angustia que provoca que los referentes que forman parte de mi vida estén muriendo físicamente. Mientras, hay que disfrutar y comparar otros puntos de vista, desde la literatura por ejemplo, desde un continente que seguimos ignorando, nadie mejor que la joven escritora nigeriana Chimamanda Adichie para saber del “peligro de una sola historia”.