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sábado, 20 de enero de 2018
SEGUIR ANDANDO
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Joaquín Córdova Rivas
Existen muchas formas de ver la realidad, o más bien de construirla. Existen muchas formas de gobierno, no solo la democracia liberal que hoy está de moda, aunque bastante decaída ya. Existen muchas formas de relacionarse con los otros, con la naturaleza, con el universo; el neoliberalismo depredador, que considera que todo —el agua, la tierra, los animales, los seres humanos, el conocimiento, la justicia, la dignidad—, es una mercancía que se puede comprar, usar y desechar, no es la única.
Hay quienes cometen el atrevimiento de pensar fuera de los estrechos márgenes de un cientificismo y humanismo impuesto desde los grandes centros colonizadores, de esos que postulan que su pensar es el único válido porque se aferra a reglas anquilosadas que perpetúan las desigualdades sociales, que no logran esa felicidad que prometen con el consumo incesante de bienes que se transforman en males. Que siguen predicando que su camino es el correcto por cuidar sus particulares intereses, unos, o los otros, por el miedo a admitir que por mucho tiempo se ha vivido en el error y el engaño.
Evidenciar nuestra insostenible e infeliz forma de vivir, nuestra falsa democracia, nuestro hipócrita humanismo, nuestra falsa solidaridad disfrazada de zombi individualismo, es posible porque existen otras maneras de vivir, de aprender, de convivir y de gobernarnos.
Cuando una “civilización” se enfrenta a otra buscando su sometimiento y después su destrucción, no solo se matan seres humanos que se presumen diferentes físicamente, o inferiores por sus creencias, o ignorantes porque su conocimiento abreva de otras fuentes, también se destruye su sabiduría ancestral. Ese “epistemicidio” —de episteme: conocimiento— se da en nombre del progreso material de los conquistadores, de la salvación de las almas, de la superioridad dada por quién sabe qué dios o del gobernante que lo representa.
Por eso vale la pena seguir el peregrinaje, otra vez, de nuestros pueblos indígenas; de los representantes de esas culturas originarias que no se han vencido ante el embate corruptor de los modernos partidos políticos, que reivindican esa historia ignorada en los libros de historia y petrificada en monumentos que distorsionan su apariencia y los presentan como un pasado ya superado, como algo de lo que hay que renegar para ser “modernos”.
Ese “Nunca más un México sin nosotros”, que apareciera en la misma fecha del anuncio salinista del tratado de libre comercio con américa del norte, donde nuestro país caería en la trampa de aportar la mano de obra barata y controlada, para que las grandes empresas norteamericanas y canadienses pudieran competir con los tigres asiáticos, para que pudieran bajar el precio de sus productos y se volcaran al consumismo irresponsable, no deja de resonar y buscar canales de expresión desde ese enero de 1994.
Pero las cosmovisiones indígenas son más antiguas y hasta más sabias que muchas de las ideas impuestas desde la vieja Europa, esa que se empeñara en destruir las civilizaciones diferentes a la suya, que robara todo tipo de riquezas para malgastarlas en guerras estúpidas internas, en perseguir con particular saña otras formas de relacionarse con la tierra, con los ríos, con los animales, con otras culturas. No se trata de reinventar un paraíso precolombino ni de ignorar sus propios conflictos, sus conquistas de pueblos vecinos sangrientas y crueles, pero esa visión también está distorsionada por la mirada de quienes se presumían superiores.
Esas culturas, esas visiones, esas reivindicaciones se encuentran presentes en el proceso electoral mexicano a través de la vocera —que no candidata—, del Congreso Nacional Indígena, la médica tradicional náhuatl María de Jesús Patricio Martínez. Pero para no repetir su historia personal, ligada estrechamente al movimiento indígena reciente, quien esté interesado puede recurrir a las fuentes de información más confiables, o a simpatizantes como Juan Villoro. www.congresonacionalindigena.org
Las dificultades, las traiciones, las promesas incumplidas han sido muchas; desde los Acuerdos de San Andrés, hasta las dilatadas e incompletas sentencias de los tribunales agrarios o de otro tipo, que siguen sin acatar sus propias chicanadas legales, hasta lo de ahora: los desalojos, las represiones abiertas, el robo de tierras comunales, el encarcelamiento o asesinato de sus líderes, el patrocinio de guardias blancas y mercenarios buscando su exterminio, la discriminación y el accionar de las instituciones oficiales que perpetúan las desigualdades sociales.
Quién sabe si se logre vencer los obstáculos puestos por la misma partidocracia para que María de Jesús Patricio llegue a ser reconocida como candidata independiente, pero nuestros pueblos indígenas saben que hay que persistir en el andar, que si más de 500 años de historia oficial no han logrado destruirlos, menos se dejarán ahora: “A todos ellos les estorbamos los pueblos vivos, que creemos que la tierra es sagrada y el agua nuestra vida, pues en ella está también la memoria de lo que somos y de lo que fuimos, de lo que pelearon nuestros abuelos ante el despojo que siempre han querido hacer los ricos y los gobiernos para arrebatarnos lo que para ellos es una mercancía, pero que para los originarios de este país y del mundo son nuestra única forma de seguir existiendo”.
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viernes, 7 de noviembre de 2014
EL TELAR Y LA VIOLENCIA
Las reacciones han sido torpes, tardías, indignas. Se hacen intentos por convertir a las víctimas en merecedoras de su propia desgracia. Si la estrategia no funciona se prueba otra y otra, si la ciudadanía no se traga los cuentos esparcidos por medios de comunicación irresponsables y convenencieros entonces hay que distraer con detalles, aunque sean macabros.
Al momento de escribir este texto se tiene detenidos a los delincuentes que mal gobernaban Iguala, nada de “pareja imperial”, término chusco inventado por alguien para desviar la atención, esos dos sujetos no eran los jefes de nada, eran los sirvientes de muchos que ahora esconden la cara, como siempre lo han hecho.
No se puede fingir ignorancia, es todo un modus operandi que ha funcionado por décadas y que en momentos se descontrola, hasta que se logra otro equilibrio aparente, porque el negocio es despiadado, las ganancias no conocen la solidaridad y los socios rápidamente devienen en enemigos a muerte, literal.
¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos al narcotráfico para enmascarar el resto de las actividades delincuenciales firmemente ancladas en nuestro sistema político, económico y religioso? «Excusamos la inoperancia de las instituciones del Estado diciendo que todo es producto del narcotráfico, pero no creas que todo lo que sucede en tu país es producto del narcotráfico; en tu país hay secuestros que no tienen nada que ver con el narcotráfico, hay extorsión, hay delincuencia organizada, hay criminalidad en todos los niveles y en todos los estamentos que se suponen deben combatirlos. Pero todas esas turbulencias que suceden se las achacamos a los narcotraficantes para justificar la inoperancia de las fuerzas que se suponen deben combatirlos… Si no existiera en tu país el narcotráfico, te aseguro que los índices de violencia continuarían porque la corrupción es infinita en todos los estamentos; o sea que el señor narcotraficante en verdad tiene el propósito de enviar droga de un país a otro y venderla. Lo que pasa es que ahí han venido ramificaciones de ochenta mil hojas y toda la criminalidad que sucede en tu país no viene directamente ligada al narcotráfico; también hay ochenta mil cosas distintas a eso.» Así habla el reconocido narcotraficante colombiano Andrés López López, autor del libro El cártel de los sapos, con Rafael Molina, prologuista del libro titulado Las Jefas del Narco, desde Miami.
Es cierto, mucha de nuestra delincuencia organizada y no tanto no tiene nada que ver con el narco; sí tiene que ver con un Estado en descomposición avanzada, donde, comenzando por sus autoridades de todo tipo, toman las actividades violentas e ilegítimas, como parte de su patente de corso, para enriquecerse como se les dé la gana.
Por eso existe un pacto de impunidad no declarado pero firmemente acatado, hasta que una parte exagera y la sociedad responde poniendo en peligro el negocio de todos, entonces fingen que las instituciones funcionan, que los buenos son los buenos y los otros son los malos, y se convierte en una batalla moral. Pero lo que estamos padeciendo es la delincuencia cotidiana, que no por ello deja de ser ferozmente violenta.
No, las cosas no empiezan y terminan con los Abarca en Iguala, tienen décadas y nuestra clase política no podría sobrevivir sin ejercer cuanto abuso se le ocurra y pueda cometer usando las fuerzas del mismo Estado, esas que se suponen tienen su razón de ser en proteger a la sociedad. Por eso hay que insistir: lo del 68, lo del 71, lo de las muertas de Ciudad Juárez, lo de Acteal, lo de Aguas Blancas, lo de San Fernando, lo de Iguala, el desmantelamiento paulatino y tenaz del Estado de Bienestar mexicano, el embate contra los trabajadores, contra los maestros, contra los estudiantes que sólo pueden acceder a la educación pública, la impunidad cotidiana que recorre todo el territorio nacional desde principios del siglo veinte para acá sirven al mismo objetivo, perpetuar los intereses de una clase política y económica que se beneficia de ello.
Creí que había perdido la fuente, pero la memoria ayuda, es Manuel Gil Antón y su columna en El Universal titulada “La marcha y el telar” del 25 de octubre de este año «Desde hace tiempo se ha dado en llamar “reparación del tejido social” a lo que necesitamos […] La bronca es el telar. Ya sea en su forma artesanal o industrial, para formar en tejido se requiere de un soporte de madera o metal, resistente, en el que se colocan, en paralelo, hilos verticales que forman la urdimbre y que han de estar tensos, firmes […] Si el telar está podrido y se rompe, no se puede conseguir la prenda, Imagine que las cuerdas del mecapal de la tejedora, con que jala y detiene los hilos para entrecruzar los otros, quiebra la madera: todo se afloja y se pierde lo avanzado: que el tensor con que se juntan las vueltas también se ha apolillado y se troza en sus manos. No hay nada qué hacer […] Las instituciones son, en el caso de la acción política organizada, lo que el telar a la tela. Y las nuestras están apolilladas, llenas de bichos que la horadan y debilitan.»
Cierto, el telar no sirve, no se puede tejer nada en él porque terminará por romperse, por deshilarse otra vez; trabajo y tiempo perdidos que ya no se pueden desperdiciar. Hay que romper con la impunidad, con la legalidad “a la medida” de los corruptos, esa que mete a la cárcel al que roba por hambre mientras permite el disfrute de las ganancias ilegales multimillonarias. Eso no es justicia.
Tienen razón los estudiantes del IPN al rechazar que sus escuelas queden integradas al PROFORDEMS y al CERTIDEMS, esos inventos maquiavélicos que buscan orientar la educación pública para crear mano de obra barata y sin prestaciones sociales para beneficio de los grandes capitales; en lugar de construir un proyecto de nación incluyente y equitativo. Tienen razón los que exigen la presentación, con vida, de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, porque vivos se los llevaron.
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