viernes, 21 de agosto de 2020

AVARICIA SIN CONTROL

 

AVARICIA SIN CONTROL

Joaquín Córdova Rivas

 

La congruencia entre lo que decimos, pensamos y hacemos es la base de la confianza, no de forma ciega, la confianza se construye con el trato, necesitamos creer que los demás son honestos en la medida que nosotros lo somos. No hay otra forma de convivir pacíficamente.

 

No podemos resignarnos ni caer en fatalidades, nuestro refranero, que asumimos recoge parte de la sabiduría popular, nos advierte: «En arca abierta, hasta el justo peca», como si no hubiera alternativa, como si eso que llamamos tentación fuera mas bien una condena, que la avaricia pertenece a nuestro código genético y que no hay nada qué hacer por ese lado. El significado que atribuye al refrán el Centro Cultural Cervantes es descorazonador: «Dada la fragilidad humana, no debe haber descuidos que favorezcan los delitos ni dar facilidades para cometer un delito o caer en la tentación.» https://cvc.cervantes.es/lengua/refranero/ficha.aspx?Par=58702&Lng=0

 

Pero entonces los preceptos religiosos, los que sean, carecen de sentido; también la educación formal que no logra convencer o domar nuestros “instintos”, asumiendo que robar sea parte de ellos. Parece que ni siquiera el buen ejemplo de nuestros padres; de personajes respetables, honestos, honorables porque son incapaces de robar, aunque tengan la oportunidad, tienen efecto alguno. ¿Será una pérdida de tiempo tratar de reforzar esa “fragilidad humana”, la exhibición de prácticas socialmente deleznables servirá de algo?

 

«Las palabras avaricia y avidez comparten raíz, ambas describen la acumulación anhelante, dolorosa en su afán; la lengua antigua la retrataba con la imagen de un río que no sacia al avariento: “Tú eres avaricia, eres escaso mucho, / non te fartaría el Duero con el su aguaducho” decía el Libro de buen amor.» Lola Pons Rodríguez. La avaricia. Diario El País. 11 de agosto 2020.

 

«Una de las cuestiones que más asombra es la insaciabilidad de algunas personas que cuentan con cantidades de dinero suficientes para más de diez vidas y que siguen robando. En realidad, no puedes comer más de dos o tres veces al día, y tampoco se puede dormir más que en una cama en cada ocasión. En el fondo hay un tope, más allá del cual el dinero se convierte en una molestia y no en una ayuda.»

 

Presumimos ser herederos de una cultura judeo-cristiana, esa que resumió en diez mandamientos las bases de una comunidad basada en valores compartidos y en el temor a una divinidad que se entera de todo, la finalidad es muy obvia, poner freno a comportamientos lesivos para todos. La cita anterior y la que viene corresponden a reflexiones del filósofo Fernando Savater y su libro “Los diez mandamientos en el siglo XXI”, para ello escribe respecto del último mandamiento: «No codiciarás los bienes ajenos. El escritor y Yahvé analizan las dificultades para hacer cumplir este mandamiento. Qué difícil debe de ser cumplir con este precepto cuando la codicia parece que funciona en todo el mundo de una manera abrumadora. Vemos que una serie de personajes, incluso los más celebrados, son codiciosos, y en ocasiones de un modo insaciable. Por mucho que hayan alcanzado, acumulado o robado, nunca es suficiente. Los mayores fraudes no los cometen quienes quieren hacerse ricos, sino quienes quieren hacerse más ricos. Y esto ocurre tú lo sabes bienen un mundo donde millones y millones de personas viven con menos de un dólar diario. El espectáculo de la codicia desenfrenada asusta y repugna a la vez.»

 

Tanta importancia se le da que: «Para el rabino Isaac Sacca, —Gran Rabino de la Comunidad Sefardí de Buenos Aires. Fundador y presidente de Menora, Organización Mundial para la Juventud. Miembro de la Superior Academia Rabínica de Jerusalén Iehave Daat.— “este mandamiento en cierta medida desencadena los anteriores. El que envidia roba, el que envidia levanta falso testimonio, el que envidia mata, el que envidia comete adulterio. La envidia es la raíz de los grandes males de la sociedad. Dios no nos convoca a apartarnos del mundo, pero nos advierte: cuidado con el descontrol de la codicia, de la envidia y de la ambición, porque eso destruye al hombre y lo lleva a matar, robar, cometer adulterio y mentir, que son los grandes males de la sociedad”.» Citado por Fernando Savater.

 

El médico neurocirujano, psicoanalista y escritor argentino: Marcos Aguinis define con precisión la codicia: «Es una condena para el que la sufre —afirma—, porque lo convierte en un ser mitológico que termina por morirse de hambre, debido a que todo lo que toca es oro. Es decir, es un individuo que jamás puede satisfacerse, que jamás llega a estar feliz, porque todo lo que consigue lo lleva a desear conseguir más. Entonces es una carrera loca, es una rueda que gira en el espacio que nunca llega a ninguna parte». Citado por Fernando Savater.

 

El rabino Sacca dice que «el Talmud explica que el que más tiene más codicia, el que más tiene más le falta. Si uno tiene cien quiere doscientos, si desea doscientos quiere cuatrocientos. La codicia no es una prohibición dirigida sólo a los que carecen de bienes, sino a la totalidad de los seres humanos. Éste es el último mandato de Dios, si surge el sentimiento de codicia y no lo controla, vuelve a transgredir los nueve anteriores. Se genera un círculo de transgresión permanente». Ídem.

 

«Más allá de las críticas, incluso desde el punto de vista de quienes no somos creyentes, la idea de un dios terrible, cruel y vengativo no está mal pensada, porque en definitiva todos los tabúes se basan en algo terrible. ¿Qué pasaría si no cumpliésemos? ¿Qué pasaría si todos los hombres decidiéramos matarnos unos a otros? ¿Si decidiéramos renunciar a la verdad o robáramos la propiedad de los demás o violáramos a todas las mujeres que se cruzaran en nuestro camino? Un mundo así sería horrendo. Ese dios terrible es el que representaría el rostro del mundo sin dios. La divinidad que castiga es, en el fondo, lo que los hombres serían sin las limitaciones impuestas por el dios. Es cierto que ese Yahvé puede resultar espantoso, pero los hombres sin tabúes pueden resultar peores. Ese rostro temible del dios nos recuerda lo fatal que sería carecer de autoridad, de restricciones al capricho y a la fuerza.» F. Savater. Ídem.

 

Pensar que todos los seres humanos somos lo mismo y que no podemos controlar nuestros impulsos es claudicar a la pretensión de que la Humanidad —con mayúsculas— tiene como finalidad desarrollar mejores seres humanos. Que el entramado institucional que construimos, que los valores que defendemos e inculcamos en nuestros descendientes a través de la ética, de la moral ciudadana, de los preceptos religiosos, de la educación pública, del ejemplo, no tienen sentido. Que caímos ya en la fatalidad de que cualquiera es un sinvergüenza, nada más falta que alguien, más corrupto y envidioso, lo exhiba. No hay “moralimetro” más efectivo que la congruencia y el ejemplo, cuando esto falla hay que acudir a las leyes, a su aplicación pareja, al escarnio público.

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