EL
AVIÓN
Joaquín
Córdova Rivas
Ni
modo. Los signos significan y los símbolos sirven para ser interpretados y
darle sentido a lo que parece no tenerlo. Nuestro pensamiento se monta en el
lenguaje, pero las letras, sus sonidos, las palabras solo evocan las imágenes
que están escondidas en ellas. Si decimos o escribimos “avión” cada uno se
imaginará lo que le signifique más en ese momento. Para alguien será el
avioncito de papel aprendido en la convivencia con los parientes más cercanos,
para otro el caza de combate de la segunda guerra mundial construido a escala a
partir de numerosas piezas que había que pintar y pegar con particular
meticulosidad, otro recordará el visto en tamaño casi real en alguna sala
cinematográfica y que se abalanzaba contra los espectadores, en fin, sea de
motor a hélice, de turbina, de plástico o el planeador de papel, todos están
contenidos en la misma palabra, lo que cambia es quien lo imagina y la
experiencia de la que parte para hacerlo.
Hay
símbolos que trascienden la individualidad, más en el caso de las sociedades
interconectadas como las nuestras, donde los significados se masifican casi al instante.
Ahora, para cualquier ciudadano mexicano medianamente informado esos caracteres
que forman la palabra “avión” llevan al Boeing 787 dreamliner de superlujo
comprado en 212 millones de dólares en el sexenio calderonista y usado en el
peñista, con autonomía de vuelo de hasta 20 horas y con una velocidad de
crucero de 912 kilómetros por hora, con capacidad para llevar entre 210 y 250
pasajeros, aunque en el comprado por nuestro austero gobierno apenas caben 80
por los espacios amplios y acabados de lujo. https://cnnespanol.cnn.com/2020/01/17/lopez-obrador-sugiere-rifar-el-avion-presidencial-de-mexico/
y https://www.boeing.es/productos-y-servicios/commercial-airplanes/787.page?
Para
unos será la consecuencia lógica de un régimen político faraónico, algo que
provoca envidia, que se festeja como parte de ese país real donde “el que no
transa no avanza”, donde la corrupción parece producto de una genialidad, del
arrojo de unos sobre la mediocridad de otros, de eso que hay que tener como
plan de vida sin percatarse que gozar de corrupciones chiquitas lo vuelven
víctima de las corrupciones grandotas y en ese juego inevitablemente terminará
perdiendo. Para otros será un símbolo palpable, concentrado en una sola imagen
de algo injusto, insultante, vergonzante, antiético e indeseable porque se
burla de las desigualdades, de la pobreza generacional, de la indigna
sobrevivencia a costa de la posibilidad de una vida mínimamente disfrutable.
Las
maromas lopezobradoristas respecto de la forma de recuperar lo estúpidamente
gastado en el avión, con todo y memes y burlas, logró el objetivo de centrar el
debate en los malditos usos y costumbres de una casta política cuyo corrupto
modus vivendi se veía como suprema muestra de inteligencia, como una serie de
travesuras que a nadie afectaban. Ahora ya no.
La
contradicción entre esos sinvergüenzas y el ciudadano común y corriente quedó
de manifiesto y produjo ese encabronamiento ya reseñado por analistas políticos
y académicos que resultó en 30 millones de votos y en una amplia corriente de
simpatía que ha resistido múltiples embates.
La
polarización social no es un invento reciente, es una consecuencia de décadas
de abusos, de intencionales y fallidas “estrategias” de gobierno, de discursos
hipócritas que velaban la dolorosa realidad de una pobreza injustificable dados
los recursos naturales y humanos de un país que es la economía 12 del mundo.
Y
así, como no queriendo, tomando en cuenta los insultos y las críticas a lo que
parecía una locura, la ocurrencia de alguien con demencia senil, se convirtió
en una genialidad más. Los premios del sorteo, ya no por el avión, sino por su
costo económico, porque el social tardará mucho en resarcirse, están
garantizados por la recuperación de 2 mil millones de pesos de una transa mayor
a otra instancia gubernamental, el INFONAVIT, lo que volvería superfluo el
sorteo, pero este se mantiene como una forma en que casi cualquiera pueda
sentirse parte de esa solidaridad social que se dio por perdida, de ser parte de
ese rechazo a una forma de gobernar para unos cuantos a costa de todos los
demás, y eso no es cualquier cosa.
Participar
en el sorteo no será por la posibilidad de ganar alguno de los 100 premios de
20 millones de pesos cada uno, la motivación será más simbólica, como una forma
de mostrar el rechazo a esas prácticas de saqueo sistemático y despojo desvergonzado
de la riqueza nacional, contra el desmantelamiento de las instituciones
sociales y de ese Estado de bienestar que se mantiene exitosamente en otras
latitudes, en países más equitativos, más justos. Quizás se tenga que hacer
algún ahorro o sacrificio para destinar 500 pesos para comprar uno de los 6
millones de boletos anunciados, para muchos valdrá la pena porque mostrará la
voluntad de lograr un cambio radical, aunque tarde en lograrse.
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